Nací en la calle Sinforiano López en el seno de una familia formada por mis padres, mi hermana Maruchita y mi gemela Licha. Tanto esta última como yo fuimos conocidas desde niñas en el barrio del Gurugú, donde todos nos llamaban las gemelas. Mis padres y mi abuela trabajaron toda su vida en la Fábrica de Tabacos y uno de los recuerdos de mi vida es el fallecimiento de mi hermana Maruchita, quien fue llevada en el primer coche fúnebre que existió en la ciudad, que era de color blanco.

Mi único colegio fue el de la Cancelada, situado en el llamado callejón del Palleiro, en el que estuve hasta los catorce años para luego estudiar con mi hermana corte y confección en la academia Magdalena, en San Andrés. Con lo que aprendí pude entrar en el taller Sande, en la plaza de Vigo, donde trabajé hasta los veinte años, edad a la que me casé. Desde entonces me dediqué a las labores del hogar y a cuidar de los cinco hijos que tuvo mi hermana gemela.

Mis primeras amigas fueron Elena, Leni, Pilarita, Marisita, Mari Díaz, las hermanas Lolita y Marujita, Parodi, Juan, Alejandro y Meana, con algunos de los cuales sigo manteniendo la amistad, ya que muchos de ellos fallecieron. Jugábamos en la calle y en los portales de las casas con total tranquilidad, ya que los únicos vehículos que pasaban por nuestra calle, que estaba sin asfaltar, eran carros de caballos. En la zona había muy pocas casas, todas sin agua corriente y rodeadas de campos y huertas, por lo que había que ir a la fuente y el lavadero de A Falperra.

Recuerdo que jugaba mucho a las canicas, de la que era la campeona porque ganaba a todos los chavales de la calle, y que hacíamos guerras a pedradas, tanto chicos como chicas, contra los de Juan Castro Mosquera. Era muy traviesa, por lo que mis padres estaban siempre preocupados por las cosas que hacía, como la ocasión en la que monté un columpio en la ventana de mi casa y até las cuerdas a las bisagras, de forma que al balancearme se rompieron y caí al patio de la casa de enfrente y me rompí media cara. Me llevaron a hombros mis amigos hasta la Casa de Socorro, cuya sala de espera llenamos porque con los gritos que dimos llegaron muchos vecinos. Estuve en coma dos semanas pero tuve la suerte de que me atendiera Amenedo, el médico de la Fábrica de Tabacos, por lo que al final pude recuperarme después de haber estado casi dos meses sin poder hablar.

El cine España

Uno de mis recuerdos de la infancia es el cine España, donde lo pasábamos fenomenal, sobre todo cuando la película era mala o se marchaba la corriente, ya que todos los chavales nos poníamos a patear el suelo y a chillar para que subiera el acomodador, Casimiro, que además era el zapatero del barrio y al que volvíamos loco, al igual que hacíamos con el del cine Doré. Ir a estas salas era siempre una de nuestras mayores ilusiones, por lo que esperábamos con ansia que llegara el fin de semana para que nos dieran la paga.

Cuando venía al barrio el organillero, mientras se ponía a tocar nosotras bailábamos, y cuando llegaban las fiestas del Gurugú nos dejaban estar en la calle hasta el descanso de la actuación de la orquesta en la verbena. Lo pasábamos muy bien cuando bajábamos con nuestros padres al centro, ya que en algunas ocasiones recorríamos las tiendas de juguetes para ver lo que esperábamos que nos trajeran los Reyes. Al llegar a la edad quinceañera empezamos a bajar en pandilla a pasear por los Cantones y la calle Real por las mañanas, mientras que por la tarde íbamos a cines como el Avenida o el Coruña.

Muchos años después de casarme me divorcié y fui una de las primeras coruñesas en hacerlo. En la actualidad me reúno todos los fines de semana con mi hermana y nuestras amigas de la infancia, con las que solemos hacer excursiones por Galicia y nos vemos en el centro cívico de Santa Lucía para cantar en el coro Los Ilustres, compuesto en su mayoría por mujeres de A Falperra.

Testimonio recogido por Luis Longueira