Mucha gente concibe la mente como un alma que ordena y un cerebro que obedece.

Es una falsa dicotomía. Nuestra mente es producto del cerebro, no hay una sin el otro. Nuestra consciencia no existe independientemente.

¿Y el libre albedrío?

Es muy debatido, y sigue siendo un tema de controversia tras muchas décadas. Si tuviera que arriesgarme, diría que veo posible que nuestra experiencia de libre albedrío sea una ilusión más, y no tenemos capacidad de elegir libremente, sino que estamos condicionados. Quizá ese razonamiento tampoco sea libre (ríe). Hay una cuestión filosófica y neurocientífica y está la vida diaria. A nivel práctico tenemos que seguir viviendo bajo la ilusión de que tomamos nuestras elecciones.

¿En qué está trabajando ahora mismo?

Tenemos un proyecto acerca de cómo la narrativa que acompaña a un suceso puede influenciar nuestra atención. También trabajamos otro en relación a la visión nocturna, sobre un fenómeno que ya señalaba Aristóteles: por qué observamos mejor las estrellas nocturnas por el rabillo del ojo. También, en colaboración con Macknik, una serie de proyectos sobre prótesis neuronales: permitiría ayudar a ver a personas que han perdido la vista, reemplazar la información que entra por los ojos para que pase directamente al cerebro.