Nací y me crié en la calle Ángel Senra, donde viví con mis padres, Javier y Leonor, y mis hermanos María del Carmen, Suso, Alberto y Belén. Mi padre trabajó en el mar desde muy joven y fue marinero y contramaestre en barcos del Gran Sol, mientras que mi madre se dedicó al cuidado de la casa y la familia.

Mi primer colegio fue El Despertador, en la calle Vizcaya, encima de la panadería de la familia Porfirio, cuyo fundador estaba ya casi ciego pero seguía al frente del mostrador o paseaba por la acera con un bastón, por lo que cuando salíamos del colegio teníamos que tener cuidado para no tropezar con él. A los ocho años me mandaron al colegio San Rafael, situado en la calle San Vicente, donde estuve dos años, ya que luego me cambié al Karbo, junto al antiguo lavadero de A Coiramia.

Allí estuve hasta los catorce años, edad a la que mi padre decidió ponerme a trabajar en el mar porque no me gustaba estudiar y era el más travieso de los hermanos. Mi pandilla de amigos estaba formada por Andrés Martínez, los hermanos Cristóbal y Felín, Moncho el redero, los hermanos Sefi y Petri, además de Aidita. Jugábamos en los alrededores de mi calle, que estaban sin asfaltar, y en los campos de la Peña, Ángel Senra y la Estación del Norte, en cuya gran explanada se podían hacer grandes partidos de fútbol entre pandillas de toda esa zona.

Uno de mis recuerdos de esos años fue cuando ardió la estación, ya que el incendio la destruyó por completo y estuvo ardiendo varios días, por lo que bajábamos por la noche en familia para ver desde la carretera como los bomberos intentaban apagarlo. También me acuerdo del camión de Parrocho, al que nos subíamos para jugar cuando lo dejaba aparcado, al igual que hacíamos con el carro de la sal, que era del padre de Pepiño el rubio y su hermana Mucha y que tan solo guardaba en casa el caballo y los sacos con la sal. Las fiestas de las calles San Luis y Vizcaya eran muy famosas en aquellos años y los chavales lo pasábamos muy bien en ellas, ya que venían pequeños circos, charlatanes, los gitanos con la cabra y el mono, organilleros y, en algunas ocasiones, cabezudos.

Empecé a trabajar como marinero en el barco Cielo y mar, en el que al principio me mareaba mucho, y supe lo sacrificada que era la vida de quienes trabajaban en la pesca, ya que los temporales hacían desparecer los barcos entre las olas.

Trabajé durante muchos años en los pesqueros María Luisa Carral y Sierra de Ancares, con la suerte de que un día que cambié de uno a otro, el primero se hundió y ninguno de los tripulantes sobrevivió, lo que nos afectó mucho, ya que conocíamos a todos los fallecidos desde hacía años.

Golpes de mar

Dormíamos en los camarotes que había en la proa, apiñados y sintiendo los golpes de mar, mientras que si teníamos frío lo único que podíamos hacer era ir a la sala de máquinas. Más tarde navegué en aguas de Celeiro, Burela, Mauritania y Senegal en los barcos Bizarro y Novodi 2 hasta que me jubilé. Hice la mili en la Armada en Ferrol, primero en el Arsenal y luego en la planta de combustibles de A Graña, donde repostaban los buques de guerra. Cuando trabajaba y volvía a casa me costaba mucho adaptarme a la vida en tierra porque no siempre podía ver a mis amigos, de forma que me iba a casa de mis abuelos en San Pedro de Visma, que vivían al lado de la chatarrería de Mata, y me reunía con compañeros que vivían en esa zona y en el barrio de Os Mariñeiros, con quienes solía ir a los bailes de los jueves en la sala La Granja, en San Agustín, además de a bajar a las calles de los vinos, donde había un gran ambiente.

Me casé con Eva, de la calle de A Falperra, a quien conocí en los bailes de las salas Sally y Lord Byron, con quien tengo dos hijos, llamados Eva María y Brais, y una nieta que se llama Zoe. En la actualidad me reúno con mis amigos y acudo al local social del club Unión Sportiva, además de participar en el grupo musical y coral Cantarela.

Testimonio recogido por Luis Longueira