La abuela, la madre y la hija. Tres mujeres, los estragos de una guerra y su propia visión de los hechos. Juana, la nieta, ya adulta, intenta comprender las heridas del conflicto, personificadas en su familia en la figura del abuelo, cuyos restos siguen en paradero desconocido tras haber sido asesinado. La escritora Carmen Abizanda, de la mano de ediciones Invasoras, escoge para La niña que sonreía en el ascensor, su nueva obra enmarcada en el género dramático, explorar un tema, por cuestionado; de triste actualidad, como es el mantenimiento de la memoria histórica y la necesidad de reparación.

"Esta sociedad no es capaz de cerrar las heridas sin saber dónde están los restos de sus antepasados y sin poder darles sepultura", señala la autora. Para Juana, comprender su pasado y su bagaje familiar es, además de una búsqueda de justicia, una cuestión de identidad, determinada por sus relaciones familiares y la forma en la que estas determinan las relaciones futuras. "Se habla de cómo la memoria viaja de una generación a otra, y de cómo el personaje de la nieta quiere comprenderse a sí misma en esa memoria, en ese pasado", desgrana la escritora.

La obra pone además el foco en la voz de las grandes olvidadas de las crónicas de guerra. Abizanda aporta valor al rol que las mujeres han desempeñado a lo largo de la historia de los conflictos, relegadas al plano del hogar, pero desempeñando una labor encomiable.

"Son mujeres subversivas, que luchan, están en casa pero están peleando. Tienen que aceptar el papel que les ha tocado, no luchan con las armas pero sí lo hacen, por ejemplo, con la calceta", explica. La actividad de la calceta, a modo de tradición familiar y vínculo entre las mujeres, es otro de los hilos conductores de la narración. Carmen Abizanda, de formación dramaturga, recupera para La niña que sonreía en el ascensor el género en el que más cómoda se siente, el teatro; tras experimentar con la narrativa en su última obra, A solas conmigo, un relato intimista en el que la autora profundiza en su propia experiencia al enfrentarse a un cáncer de mama.

En el caso de esta última obra, Abizanda conjuga lo dramático con lo lírico, ya que la poesía no deja de estar presente a lo largo de toda la obra, colándose incluso en las intervenciones de las protagonistas. "Todo, desde la forma en la que se expresan, está escrito desde la poesía", relata.