Al tren correo-expreso nº 421, que se dirigía hacia A Coruña desde Madrid, le fallaron los frenos el 3 de enero de 1944, cuenta el historiador Vicente Fernández. El convoy rebasó la estación de Albares, en el municipio leonés de Torre del Bierzo, y descendió una rampa hasta un túnel en el que se encontraba un tren de maniobras parado. Fue un choque "sin mucha importancia", pero se formó un tapón en la galería. Los vagones atascados empezaron a arder, y al poco tiempo, un tren que transportaba carbón y que circulaba en sentido contrario chocó contra el atasco. El resultado fue el mayor accidente ferroviario de la historia española, con un centenar de muertos, 26 de ellos gallegos.

Recuperar la memoria de este siniestro, y narrarlo con datos ajustados a la realidad, es el propósito de Vicente Fernández en su obra La verdad sobre el accidente ferroviario de Torre del Bierzo, que presenta hoy a las 20.00 horas en la librería Arenas. El libro es el resultado de una investigación de tres años, en la que el historiador cotejó fuentes judiciales, hemerográficas y de empresas de seguros para dar una visión lo más ajustada del accidente posible.

Así, Fernández ha determinado la identidad de cada uno de los cien fallecidos, y, en la mayoría de los casos, incluso los asientos que ocupaban en el tren. No fue una tarea fácil, porque el incendio del siniestro dificultó la identificación de los muertos: el 53%, señala Fernández, quedaron "calcinados". De algunos solo quedó la hebilla o el reloj. De otros, nada.

El historiador también recupera las actitudes de los que presenciaron el accidente, "algunas dignas de admiración, otras de desprecio". Entre los primeros se encuentra Pablo Joaquín González, un administrativo que ayudó "a sacar a una mujer con dos niñas, a retirar dieciséis cadáveres' y extrajo a un hombre que había quedado atrapado, o el marinero Irureta Zapater, que ayudó a sacar del túnel a una treintena de muertos y heridos graves hasta que se lo impidió el fuego y el humo. Otros se dedicaron a desvalijar los cadáveres y despojarlos de dinero y joyas.

MITOS Y CENSURA

El accidente ferroviario de Torre del Bierzo creó su propia leyenda, entre ellas el mito de que la cifra de muertos fue muy elevada y se ocultó por el Gobierno franquista; algunas estimaciones suben a entre 500 y 800 fallecidos. Fernández, tras cotejar las listas de muertes de varias fuentes, ha llegado a la cifra de cien fallecidos, y considera que estas estimaciones no tienen respaldo documental. Un segundo mito es que el tren iba a toda velocidad; el impacto, señala el historiador, se produjo a "entre 30 y 40 kilómetros por hora".

Otro de los mitos es que el siniestro se produjo de forma intencionada, algo que también descarta Fernández: "no hubo sabotaje ni ninguna historia rara".

También señala que "hubo censura". No los primeros días, en los que la prensa informó ampliamente del accidente, pero a partir del día 8 "el Gobierno se asusta" de que el número de muertes siguiese subiendo y provocara una mala reacción de la opinión pública nacional e internacional. Cuando el día 11 hubo otro accidente ferroviario en Arévalo, con otros 46 muertos, el miedo se incrementó y se impuso la censura.

Con, al menos, una excepción. Del equipo de fútbol de Betanzos, que viajaba en el tren y que sufrió dos muertes y dos heridos graves, siguieron saliendo noticias al menos hasta junio. "El ABC le dedica al Betanzos más artículos que al accidente mismo, ahí está la importancia del fútbol", señala Fernández.

La causa "directa" del accidente, afirma el historiador, fue un fallo técnico del freno de vacío, que según él se produjo en la manguera del coche-bar. Pero fue parte de un sistema que fallaba constantemente. En 1944 hubo en España "más de 11.000 siniestros ferroviarios", de los que más de 2.700 fueron descarrilamientos o choques por alcance de diversa gravedad. Había una "inseguridad total".

Esto se debía a varios factores. Uno era el material "ineficiente" de la posguerra, consecuencia de la Guerra Civil y las dificultades de la autarquía. Al personal ferroviario se le exigía mucha responsabilidad y carga de trabajo; en la estación de Ponferrada el inspector se suicidó, según un informe, "posiblemente por la fuerte presión laboral" a la que estaba sometido.

Las infracciones del reglamento eran otra "constante". En memorias de ferroviarios se señala que bajaban por la cuesta del accidente sin frenos, y un mes antes del accidente lo había hecho el mismo tren de correo.