A las puertas del taller de Julio Sanjurjo en Oleiros, monta guardia un ejército de figuras contorsionadas. Son las esculturas de hierro del artista, que acampan al aire libre para aprovechar al máximo los escasos huecos libres de los que dispone en el estudio. En su interior, entre cinceles, pinturas y trapos, es donde surge la magia, mientras el sol empieza a estirarse en el cielo. El artista es hombre de mañanas, dice, a fuerza de que lo sean sus musas, que le inspiran formas humanoides, bosques y paisajes con arenales.

Los días de invierno, cuenta que le cuesta más coger el ritmo. El frío agarrota los dedos y el aluminio y la madera parecen de pronto más duros y rugosos que en las tardes templadas. Hace tiempo que dejó atrás la piedra, un quebradero de cabeza del que no ha lamentado deshacerse. "Tengo más libertad con la fundición, aunque sigo teniendo contradicciones todo el rato mientras trabajo", explica el coruñés, rodeado de rostros que le observan desde todos los puntos de la sala.

Las caras forman parte de La mirada, la exposición que mantiene hasta mediados de febrero en el local de Isadora Art Decó. El autor ha reunido en el espacio una colección de más de una veintena de obras, que distribuye a pares entre pinturas y esculturas nacidas del metal, los troncos o hasta de una vieja cajonera. Algunas conectan sus formatos, y se alimentan de otras también expuestas. Es el caso de Los Atlantes, un grupo de hombres entre dos bloques pesados, que vuelve a aparecer en lienzo en varios dibujos de la muestra.

La talla, una de las favoritas de Sanjurjo por su fuerza expresiva, es un ejemplo del fondo reflexivo de su exhibición. Con Miradas el artista hace espejo para que el mundo se observe a sí mismo, y sopese asuntos sobre los que acostumbra a pasar de puntillas. A través de rostros contrapuestos, cromados o abiertos a la mitad, se descuelga "el peso de la vida", "el olvido" o el propio autodescubrimiento. ¿Es algo que trabaje la sociedad? "La sociedad hoy está muy despistada, se mira pero no se ve. La gente tiene una imagen de sí misma que no se corresponde con la realidad", zanja el escultor.

A diferencia de los reales, los seres de hierro de Sanjurjo sí tienen los ojos bien abiertos. Ellos son los grandes protagonistas de la exhibición, que lleva tiempo flotando en la mente del artista. El coruñés señala un viaje a Lisboa como el desencadenante de la idea, después de una visita museística hace 8 años en la que se topó con la representación de un cráneo partido. "Me abrió al concepto de todo aquello que está dentro y que no se ve. A raíz de ahí, me di cuenta de que en todas mis obras estaba la mirada", cuenta.

Brancusi, el escultor rumano, fue otra de sus influencias. También su padre, un pintor aficionado, al que observaba fascinado crear mundos de la nada. Dice que fue ahí, "viendo la cremosidad de las témperas posándose en el papel", donde "empezó todo". Su progenitor falleció cuando tenía siete años, y nunca le vio dibujar, pero él siguió la estela que en la niñez le había dejado.

Sanjurjo estudió Bellas Artes en Madrid, y regresó a A Coruña rozando la treintena. Nunca se planteó quedarse en la capital, aunque confiesa que allí el panorama artístico goza de una mejor salud. Galicia le inspira con más fuerza, especialmente cuando se sienta a tejer sus paisajes. Es rara la ocasión en la que su pincel pierda la inercia hacia las playas o arbolados, en los que se encuentra actualmente sumergido después de la catarsis que ha supuesto La mirada.

La exposición funciona a modo de resumen de los pasos recientes del artista. Aquí y allá se descubren guiños a Caminos que se bifurcan y a El juego de los inmortales, sus últimas exhibiciones, que confluyen con las nuevas ideas. La mirada será en ese sentido un cierre de capítulo, porque las musas corren por otras calles. "Ahora estoy mucho con el color. Es como si hubieran estado haciendo cola por salir tras esta muestra", señala.