Hay pocos coruñeses que no hayan pasado por allí en algún momento de su vida. Durante sus 30 años de historia, sus paredes han abrazado de rockeros a mods, y a aquellos que solo querían una camiseta, un colgante o una hebilla. En su ubicación en la calle Barrera, Chispas ha sido tanto punto de reunión como de libertad, un espacio en el que cabía cualquier cosa pero, sobre todo, "cualquier tipo de persona". Con ese leitmotiv le dio vida en los 90 Mario Zareceansky, el actual dueño de la tienda, que cerrará en breve todo un capítulo en la ciudad con el traspaso de su negocio.

La sentencia cuelga desde hace días sobre el rótulo del establecimiento, en grandes letras rojas. El comercio se despide, pero busca un nuevo propietario que evite que desaparezca. A sus 77 años, para Zareceansky es tiempo de una merecida jubilación, y de lanzar algún que otro "hasta luego" a los que han sido sus clientes más entregados. "Todos lo lamentan mucho, porque es mítica", dice el dueño, afligido pero decidido a "mirar hacia adelante".

La decisión de dejar el local la tomó en diciembre y no puede evitar lamentar que la tienda no pueda ser herencia, porque sus hijos residen lejos de A Coruña. En Barcelona, Pablo Ariel es cineasta, y Ana Yael, una exitosa ilustradora. "No tengo más familiares directos y a ellos les va muy bien allí. Pero cualquiera puede comprar el nombre y el fondo de comercio, e instalarse en otra calle. No quiere decir que cierre", explica Zareceansky.

De hacerlo, sería la última Chispas en echar el cerrojo por el paso de las décadas. La marca llegó a tener hasta siete locales en Galicia, como en Sada y Sanxenxo, y en la avenida de Finisterre. La de la calle Barrera fue la que abrió camino, en una A Coruña que "no tenía nada que ver con la de ahora". El dueño pudo conocerla en el 88, cuando llegó desde "la Córdoba más grande, la argentina", para labrarse un futuro tras un azaroso pasado como catedrático de Derecho en su país.

La dictadura le mantuvo preso durante seis años, tras lo que decidió coger las maletas y trasladarse con su familia. El cambio de las aulas al comercio fue "brutal", pero "no contaba con más opciones". "No conseguía trabajo, y con un apellido polaco nadie iba a tocar la puerta si ponía una placa", apunta el dueño, al que le salvó la fiebre por los pins que ardía en aquel tiempo.

Los más veteranos recordarán las paredes forradas de insignias de banderas, coches o equipos de fútbol que llenaban el local en sus primeros años. El auge fue tal que los aficionados se citaban a sus puertas cada viernes por la tarde para intercambiarse las medallas repetidas. Poco a poco, se fueron colando en los anaqueles los artículos militares, de fumador y el esoterismo. "Nos especializamos en las cosas que no se podían encontrar en ningún otro lugar", dice Zareceansky. Acudían desde agrupaciones folclóricas hasta productoras de cine en busca de atrezo.

Pero sobre todo, en lo que se convirtió Chispas fue en el hogar de las tribus urbanas. "En las grandes ciudades no pueden toparse porque se pelean, pero en A Coruña todos confluían en mi tienda. Venían rockeros, mods o heavies a comprar", recuerda el propietario. Se enorgullece especialmente de haber sido un refugio para el colectivo LGTBI, mucho más vulnerable hace 30 años que ahora. "Mi local era de los pocos lugares que tenían para actuar libremente. Además, fuimos los primeros en tener un escaparate con sexo explícito. Muchas mujeres se animaban a entrar, porque antes a las tiendas eróticas solo iban los hombres".

Para muchos, ir a Chispas se convirtió en un acto generacional, en el que debutaban de adolescentes y repetían de adultos con sus hijos. Zareceansky ha visto pasar a incontables ramales familiares por su tienda. Bajo sus techos, hoy atestados de dibujos y dedicatorias de clientes, y ante el mostrador custodiado por Gabriel Fernández, han paseado escritores como Manuel Rivas y "todas las cantantes de Luar na Lubre".