Que nuestra Sinfónica toque el repertorio clásico (Mendelssohn es un romántico, pero en muchos aspectos, especialmente en los formales, continúa siendo un clásico) es una muy buena noticia. Conviene aprovechar el excelente estado actual de la sección de cuerda para interpretar un repertorio con el que „se ha dicho muchas veces„"se hacen" las orquestas. Ahora bien: es preciso contratar a directores que interpreten habitualmente este repertorio y que tengan una contrastada calidad dentro del mismo. Mucho me temo que el japonés, Suzuki, no se encuadre en este último caso. Al parecer, es un gran experto en Bach. Pero, en este caso, ofreció un Mozart discreto y un Haydn muy poco convincente, con una gesticulación nerviosa „crispada, a veces„ que no conviene en absoluto a estos dos grandes compositores clásicos que, incluso cuando afrontan pasajes trágicos o dramáticos, hacen gala de una serenidad y de una elegancia que es preciso respetar a toda costa. Los contrastes de volumen deben realizarse con extrema sutileza y graduando la intensidad de modo que no se produzcan de manera inmediata verdaderas explosiones sonoras en los fortes junto a delicadas sonoridades en los pianos. La violencia de los contrastes requerida por Suzuki de la orquesta puede convenir más a Mendelssohn cuando describe pasajes tormentosos en su sinfonía escocesa; pero es preciso traducir también la calma contemplativa de muchos momentos, como ese maravilloso tercer tiempo (Adagio) que parece una bellísima meditación religiosa.Al finalizar la hermosa partitura mendelssohniana, el público, que había acogido con cierta circunspección las versiones de Haydn y Mozart, manifestó un gran entusiasmo. ¡Lo que puede emocionarnos todavía un compositor de hace dos siglos!