La desconexión con el rural hace que cada vez lleguen menos alimentos de la aldea. Según la última encuesta a hogares del Instituto Galego de Estadística (IGE), cada vez menos familias coruñesas ahorran en la cesta de la compra cultivando sus propios alimentos, recibiéndolos gratuitamente o realizando reparaciones de importancia. En 2007, todavía economizaban de esta manera el 30,2% de los hogares coruñeses, pero en 2018 el porcentaje baja al 17%. Fuentes del IGE señalan que esta tendencia, "observable" en A Coruña, es común al conjunto de Galicia.

Pero al tiempo que se desvanece esta conexión con la aldea, desde el espacio urbano aparecen modos de volver a la tierra, con huertos urbanas como las de Feáns o como los de propiedad municipal que se reparten por la ciudad. No son solo espacios para cultivar alimentos: sus gestores los emplean para potenciar programas sociales, medioambientales y éticos.

La Universidade da Coruña (UDC) también mantiene huertas en el campus de A Zapateira, que, según señala el director de su oficina de Medio Ambiente, Manuel Soto, son bastante demandadas: la lista de espera para acceder a ellas "nunca se agotó". Se ceden por una pequeña cantidad a miembros de la comunidad universitaria, que pueden mantenerlas hasta cuatro años. La UDC les proporciona formación ambiental, agua y compost, que se produce en el campus.

La mayor parte de los que reciben la concesión cultivan las parcelas, si bien hay un "cinco o diez por ciento" que las abandonan, explica Soto. Aunque pudiera parecer lo contrario, los estudiantes son más fieles a los cultivos, y hay más deserciones entre el Personal Docente Investigador, por falta de tiempo.

La raíz del proyecto es la idea de que "el acceso a la tierra y al conocimiento de la producción es un elemento importante para la concienciación ambiental y social", afirma Soto. Al mismo tiempo, se trata de "dar continuidad" al "vínculo que tenemos en Galicia con la tierra".

Es también un "factor importante de sustentabilidad". Los cultivos, señala Soto, son una "alternativa" a la jardinería tradicional, como "factor de sustentabilidad y cohesión social".

La ONG Ecos do Sur gestiona desde 2017 un huerto municipal en el parque de Carlos Casares, y aprovecha la agricultura como herramienta de "inclusión social", según explica Raquel Abeledo, miembro de la asociación. En el proyecto trabajan de manera comunitaria grupos de personas, sobre todo inmigrantes, para los que el espacio sirve para aprender el idioma, aumentar las redes sociales en A Coruña y participar en la vida del barrio, además de para "conocer al otro".

En mayo del año pasado, la ONG empezó a trabajar otra huerta en el parque de San Diego, esta enfocada la igualdad de género y un "espacio de encuentro" para mujeres de diferentes perfiles, desde supervivientes de violencia de género a madres migrantes, según señala Abeledo.

A lo largo de este año se incorporarán trabajadoras domésticas al huerto, y se espera que la iniciativa sea una forma de visibilizar sus derechos laborales y fomentar el autocuidado.

Otra posibilidad de vincularse con el rural es participar en una cooperativa de consumo responsable, como la coruñesa Zocamiñoca, que se inició en 2009 y que, según su miembro Helena Sanmamede, abastece a "unas trescientas personas". Sus productores se dedican a la agricultura ecológica, evitando el monocultivo y con una forma de producir "más manual, pero también más humana".

Este modelo también apuesta por "el empleo digno y la dignificación del rural", ofreciendo precios estables a los productores. En cuanto al origen geográfico de los productos, el consumo responsable da "prioridad a los que tenemos más cerca", siempre que sea posible. Así, Zocamiñoca compra a productores de Abegondo y otras partes de la provincia de A Coruña, si bien el aceite viene de Andalucía y el café se importa a través de mecanismos de comercio justo.

Sanmamede señala que muchos coruñeses han perdido el contacto con la aldea, ya que "todas las personas que vienen aquí lo hacen porque no tiene esa relación con el rural". Los consumidores urbanos, afirma, están habituados a los grandes almacenes y demandan productos fuera de temporada. Sin embargo, y aunque considera que la comercialización convencional supone "posiblemente" un ahorro de tiempo para los consumidores, no es así en dinero, excepto si se compran productos de marca blanca. "El producto ecológico", indica, "no es más caro que el de la agricultura convencional de calidad media alta".