Llegados a cierta edad, tendemos a despreciar a los jóvenes con los mismos argumentos que nuestros padres empleaban contra nosotros. Todos hemos arrugado la nariz mientras nos cruzamos con una panda de adolescentes que escuchan ritmos urbanos a todo volumen con sus móviles. Estos críos no tienen ni idea, pensamos, eso ni es música ni es nada. Pues uno de esos chicos bien podría ser Kiril Nesterov, el integrante más joven de la Joven Orquesta Sinfónica de Galicia (JOSG). "Pues claro que me gusta el reguetón „les contestaría airadamente„, no voy a estar de fiesta bailando la Quinta Sinfonía de Beethoven", y tengan la seguridad de que a sus dieciséis años sabe un poquito más de música que todos nosotros juntos. Es la prueba de que las ideas preconcebidas y los estereotipos solo sirven para retratar la ignorancia de quien los dice.

Altísimo, corpulento y de decidida mirada eslava, Kiril no tiene la imagen ni la actitud que se le presupone a una promesa de la música clásica. Además, su linaje apuntaba hacia otro destino que el de ser un fenómeno del trombón. Su padre, Yuri Nesterov, es una leyenda del balonmano ruso, campeón olímpico en Seul 88 con la selección de la Unión Soviética y con una larga trayectoria en la liga Asobal. Todo parecía indicar que su retoño, nacido en A Coruña en 2003, seguiría sus pasos, pero no fue así.

"Mi familia no tiene ninguna tradición musical. Mi padre me quería aficionar al deporte y no se me daba mal, lo llevo en la sangre, pero no lo disfrutaba", explica. Hacía ya tiempo que el joven Nesterov había decidido su futuro, aunque no sea habitual que alguien tenga claro su objetivo vital desde los 6 añitos. Esa fue la edad en la que nuestro protagonista tuvo una epifanía que aún hoy recuerda: "Iba a unas clases extraescolares de música en que el profesor cada día nos traía un instrumento. Una vez vino con un trombón. Me lo puso en las manos y no lo he soltado desde entonces".

Más que un descubrimiento se trató de un encuentro mutuo, porque en ese mismo momento, ese renacuajo fue capaz de extraerle a ese extraño aparato la melodía de Pinocho fue a pescar al río Guadalquivir. Pese a no crecer en un ambiente musical, su familia potenció su pasión llevándolo a recitales clásicos desde muy corta edad y sin emponzoñarle el cerebro con Cantajuegos y similares.

Pero estos diez años de camino no han sido sencillos para Kiril, tanto por el trabajo que conlleva alcanzar el nivel necesario para ingresar en la JOSG como por una personalidad que echa por tierra la imagen preconcebida del aprendiz de músico. "Parece que la gente cree que somos muy formales, unos chapones que no vamos de fiesta y eso es mentira. En esto hay personas de todo tipo. En mi caso, incluso tuve una fase muy adolescente en los estudios, hace un par o tres de años".

Otra vez más, los estereotipos se derrumban. En esa etapa académica algo convulsa, este artista no podía estar más alejado del prototipo del empollón repipi. Kiril gustaba de la broma rijosa, el chiste grueso y el comportamiento anárquico en las aulas, como corroboran algunos de los profesores que lo sufrieron en esta etapa punk, aunque todos coinciden también en su buen corazón. "Es que ante algo que no me gustaba no me esforzaba „se justifica„. En la música soy muy serio, estoy permanentemente concentrado y es verdad que mi actitud en clase no era la misma que en mi trabajo. Fue una época que nunca me afectó en lo musical y que no recordaré como algo negativo".

Hablando de sus vicisitudes escolares, el trombonista no puede evitar envidiar el lugar que ocupa la música en el país de sus padres, tanto en lo social como en lo académico: "En ese aspecto, Rusia es otro mundo. Hay mucho nivel. Aquí que te guste la música clásica es algo raro, no digo que esté mal visto, pero casi. Si vas escuchando ópera a todo volumen en el coche se van a reír de ti y allí es lo contrario, es algo guay. Les gusta la música de verdad. También dan muchas más facilidades en los estudios. Si eres un buen músico o destacas en cualquier arte, todo tu programa académico va a estar orientado a potenciar tu talento. Pero me considero muy afortunado de estar aquí y tocar en la OSG, que es una orquesta buenísima, de las mejores que he visto".

Curioso concepto ese de la "música de verdad", cuya defensa no equivale al desprecio de otros estilos: "La música culta tiene mucho estudio detrás. En las obras de Beethoven incluso hay enigmas, acordes que no tienen ni nombre y que aparecen como de casualidad „se entusiasma Kiril„, en otras músicas esos misterios no existen. El reguetón, por ejemplo, es sencillísimo. Como ya dije, me gusta, pero yo podría explicarle a cualquiera como se hace y al día siguiente estar componiéndolo. Está muy bien, pero es otro rollo".

Esta apertura de miras artística, tan diferente de la cerrazón de muchos adultos, es muy apreciada también por los amigos del artista, que lo apoyan ciegamente pese a que sus gustos van por derroteros más convencionales: "No me discriminan para nada por dedicarme a esto. Al contrario, soy yo el que los vacila. A veces me piden que ponga musicón y yo les planto a Vivaldi a todo volumen „recuerda con sonrisa maliciosa„, nos echamos unas risas y no pasa nada. A ellos no les gusta, pero no importa. A estas edades no hay esos problemas".

Esta alabanza generacional a la libertad de criterio es la penúltima lección que se puede extraer de esta historia. La primera sería la de lo equivocados que suelen estar los estereotipos y las ideas preconcebidas. La segunda, lo triste que resulta asumir mal el envejecimiento propio, proyectándolo en críticas sin fundamento a los que aún son jóvenes. La tercera, la más importante, es que la mayoría de las veces lo que hace falta para comprender a las nuevas generaciones es no darles lecciones, sino escuchar lo que tienen que decir. Inténtenlo y puede que, como en este caso, se sorprendan.