No se deshacía Miguel Zelada de los apretones de manos. Tampoco de los besos en las mejillas, o de los elogios que le llegaban como olas, igual que esas mareas que siempre ha pintado en sus cuadros para retratar la costa gallega en la que nació. La ciudad se había congregado en el Kiosco Alfonso para celebrar la carrera del artista, que supera los 60 años desde que cogiera por primera vez el pincel. Su evolución desde ese primer flechazo, tras el que pintó más de 1.500 obras, formaba ayer el cuadro más revelador en las paredes del centro expositivo, que ha querido retomar con Zelada su programa dedicado a la pintura tras un 2019 centrado en la fotografía.

El regreso a la paleta ha sido fuerte, con un total de 93 piezas entre papel y pintura sobre tela. Las obras arrancaron exclamaciones entre los asistentes „amigos o admiradores de Zelada„ al que confesaban "nudos" en la garganta o le hacían, medio en serio y medio en broma, alguna oferta económica por sus paisajes. Entre ellos se alzaba dominante A Coruña, capitana de las témperas del artista por motivos de cuna y afecto. "Yo soy coruñés, he vivido aquí y me gusta pintar la ciudad. Es uno de los motivos que más se repite últimamente en mi obra", aseguraba el creador.

El concejal de Culturas, Jesús Celemín, coreó la frase durante la inauguración de la muestra, que definió como la narración de "la historia de esta urbe, sus vivencias y su arte". "Sus piezas dejarán huella en A Coruña y en nuestras conciencias", afirmó el edil, que fijó como una de sus banderas "que se conozca a todos los creadores que tenemos, que son buenos y no pocos". También el director de exposiciones del Ayuntamiento, Jaime Oiza, quiso unirse a los halagos a Zelada, al que reconoce "toda una vida dedicada a la pintura". Lamentó que "los medios" con los que cuenta el Kiosco "son cada vez menos fáciles", pero alabó el "resultado magnífico" de la retrospectiva, con la que el centro rompe la "tradición" de exhibir a autores que solo tienen el pincel como "oficio".

La muestra, organizada de forma cronológica a excepción de los retratos y la obra en papel, abarca más de medio siglo del trabajo del artista. Las primeras piezas arrancan en el 62 y llegan hasta la actualidad, dejando un reguero de bodegones, interiores y paisajes marinos. Se asoman como píldoras instantáneas de la dársena, las casas de Zalaeta o el Parrote, y alguna lavandera que enjuaga su ropa bajo un sombrero que la protege del sol. "Cada cuadro tiene su historia", dice Zelada, que destaca la versión de Van Gogh que hizo en Los comedores de patatas, un cuadro que, confiesa, aún le "emociona".

Los amontonados edificios de Después de la lluvia son otros de los que se han ganado un lugar en su corazón. La obra pertenece a los 90, quizá la década más prolífica del coruñés, que le robaba de aquella "tiempo al sueño" mientras trabajaba "en un banco". Siete años después se jubiló, y pudo entregarse de lleno a la pintura. La retrospectiva, que permanecerá abierta hasta el 3 de mayo, da fe de los pasos que ha ido grabando en la disciplina, en la que ha practicado estilos como la abstracción, el cubismo, el expresionismo y el autorretrato.