No puede negarse que el repertorio de viola es relativamente reducido. De manera especial, si lo comparamos con el de violonchelo o con el de violín. Sin embargo, lo tiene, y es de cierta importancia. Hay obras de grandes compositores, sobre todo en el periodo romántico (Schubert, Schumann, Brahms, Glinka, Glazunov, Reger) y en el siglo XX (Hindemith, Enescu, Bridge, Shostakóvich). Y solo se mencionan algunos ejemplos. Por ello, parece un poco extraño plantear un concierto para viola y piano en que el que solo se incluyen arreglos y transcripciones, incluido el bis, ya que el Nocturno de Lili Boulanger está escrito originariamente para violín y piano. Tomando el programa tal como nos fue presentado, hay que decir ante todo que la transcripción de la preciosa sonata de Beethoven, la célebre opus 69 (inolvidable, Marsillac en El enfermo imaginario, de Moliere, tocando esta obra el año 1969 con las connotaciones políticas que sugería el opus) plantea graves problemas de equilibrio sonoro. De modo que la viola resultó ahogada una y otra vez por el piano, un instrumento de alta calidad (Henricus Catenar, 1670) que se escuchaba apenas debido a su sonoridad débil e incluso a veces indecisa en la afinación. Mejor, sin duda, el balance sonoro en el único y bello movimiento original que se conserva completo de la sonata de Glinka, y estimable en las piezas de Prokófiev, tal vez con la excepción de La joven Julieta e incluso de algunos pasajes en la Danza de los caballeros. Grata versión de la obra „amable e irrelevante„ de Lili Booulanger para corresponder a los aplausos de un público muy correcto y cortés. Sería interesante escuchar a Dumont en un recital para piano. Parece un intérprete digno de ser escuchado.