La historia de Teófila no es extraordinaria. Tampoco la de su marido Jesús, ni la que ha escrito durante décadas la pareja formada por Jerónimo y Araceli. Pero la cotidianidad es un canto de sirena que escucha todo el mundo, precisamente por resultar común. No es complejo identificarse con ella, con la infancia o con ese tembloroso primer beso, momentos que cada uno guarda en su memoria.

La de los cuatro protagonistas, hoy ya en la senectud, se abre como un cofre con El Patio Teatro. La compañía riojana sigue haciendo de lo pequeño arte para narrar una historia de historias, con la que pretende salvar del olvido las vivencias de los mayores. Sobre escena, en frascos de cristal usado, aparecen sus rostros en viejas fotografías en blanco y negro. "Eso fue lo primero que se nos ocurrió, el juego entre memoria y latas de conserva. Cada bote tiene los recuerdos de esos seres queridos que queremos preservar", cuenta Julián Sáenz-López.

El artista es el director de Conservando memoria, la tercera pieza del grupo protagonizada por Izaskun Fernández, que llegará hoy al Teatro Rosalía (20.30 horas). La otra pata del proyecto no aporta solo el rostro, sino también el guion, o al menos su grueso a partir de entrevistas realizadas durante más de un año. Sus abuelos eran los que se sentaban frente a ella en el sofá, esforzándose por rememorar las antiguas versiones de sí mismos. "Buscábamos relatos bélicos, quizá un viaje a las Américas, pero lo que nos contaban era muy corriente. Luego descubrimos que, aunque vivimos de espaldas a lo sencillo, es en lo simple donde está la magia", indica Sáenz.

Con los retales de aquellas historias, la compañía construyó un puzle con sabor antiguo, pero que habla a cualquier generación. La pieza se esfuerza por hacer un ejercicio que pocas veces uno se plantea, "descubrir a la persona que está detrás de un ser querido", y aprovechar esos relatos con los que se convive, sin demasiada atención, tan de cerca. Sáenz reconoce que al principio las dudas le rondaron, porque "a quién le va a interesar que le hables de tu abuelo". Pero las vidas de otros "mueven", como la compañía comprobó sobre las tablas, desde las que quiso hacer un reconocimiento "a la gente mayor" y "un homenaje en vida" a aquellos que les precedieron.

Dos de los agasajados todavía no han podido verse en ese abombado espejo que es el teatro, pero Jesús y Teófila sí. Fue nada más romper el año, el mismo 1 de enero, en una representación improvisada en la que se acabaron juntando cerca de 30 personas. Entre ellas, agarrada fuertemente de la mano, la pareja observó la pieza con ojos teñidos por la sorpresa. "¡Teófila! ¡Que están hablando de nosotros!", se pudo escuchar en las butacas, de la boca de un Jesús que, a sus 91 años, no acababa de entender cómo se había convertido en ficción.

Esa ternura es sobre lo que El Patio quiere cimentarse. No sobre las rocambolescas hazañas de héroes lejanos, sino sobre la belleza que hay en las cosas diminutas. El deseo comenzó casi como un pretexto para narrar lo personal en A mano, su primera obra, en la que hablaron de la pulsión humana de escapar solo con sus dedos y un pedazo de barro. "Nos premiaron en festivales y se nos abrieron las puertas del mundo, pero no quisimos quedarnos ahí. Para Hubo tuvimos que pelear por culpa de las expectativas, aunque ahora estamos tranquilos", cuenta Sáenz.

Aquella pieza, representada hace escasos días en el Fórum Metropolitano, fue con la que comenzaron a ahondar en el mundo de la memoria. También fue un segundo peldaño en esa escalera que alzaron en 2010, y que cumple ahora una década bajo los focos. Para la compañía, el mejor modo de celebrarla es con más trabajo, "enfermando" de una nueva idea que les lleve otra vez al ruedo. Los detalles de la próxima obra aún están desdibujados, pero no el tema que abordarán: ese punto en el que lo universal se cruza con lo propio.