Es un hecho: las moneditas de uno y dos céntimos son un engorro para todo el mundo. No son pocos los que aprovechan la oportunidad de "soltar calderilla" en bares y comercios siempre que la ocasión lo permite, un gesto que los propietarios de los negocios agradecen cada vez menos. Las monedas pequeñas estorban en carteras y cajas registradoras por igual, por lo que su posible desaparición, que la Unión Europea ha vuelto a poner sobre la mesa para unificar los procedimientos seguidos a la hora de redondear en los estados miembros, tendría una buena acogida a ambos lados del mostrador.

Coinciden en ello placeras y clientes en los mercados, un sector en el que, a priori, la calderilla debería moverse de mano en mano con mayor celeridad que en otras superficies comerciales. Es en lugares como el mercado de San Agustín más habitual que en cualquier otro punto de venta que el precio del producto arroje, tras pesarse, cifras lejanas a los múltiplos de cinco o diez. Cabría suponer que el redondeo derivado de la desaparición de las cobrizas afectaría a los puestos de las plazas. Nada de eso. Para empezar, porque algunas de las vendedoras han sido más rápidas y ya han aproximado sus precios a las cifras exactas.

"En mi puesto ya tengo casi todos los precios redondeados, es más cómodo. Creo que si desaparecen sí que afectará a los precios en general, la gente suele querer deshacerse de ellos y no es muy consciente de que también es dinero", explica Paula Lorenzo mientras trabaja tras su puesto de verduras y frutas. La tendencia mayoritaria en casi todos los puestos suele ser, sin embargo, la de ignorar la existencia de los céntimos, como señala Mari López, propietaria de una de las pescaderías de la plaza: "La mayoría de las veces los céntimos ya ni los cobramos, normalmente se redondea para abajo. A la gente no le gusta la calderilla, te dicen "¡toma, toma, déjame quitarla de aquí".

Distintas son las razones de otra de las vendedoras, Ángela Barrán, para acoger como beneficiosa una futurible retirada, que, a su juicio, no impactaría en las ventas de su puesto de pescado y marisco. "Aquí, en la pescadería, las monedas de uno y dos se te ponen verdes, la gente no las quiere y cuando te las dan, te fastidian. Hay máquinas que ya no las admiten, están condenadas a desaparecer", vaticina.

Al otro lado están los clientes, que tampoco temen que los precios suban con el destierro de las monedas más pequeñas, ya que la mayoría ya opta por desprenderse de ellas. "Yo suelo dejar los céntimos al vendedor, no los quiero para nada. La mayoría de las veces ya no me los cobran", apunta una usuaria de San Agustín de toda la vida, María. En el mismo sentido obra Pura, otra clienta, que no las quiere ni ver en la cartera: "Son un latazo, las dejo quedar".

Aunque la mayoría los rechaza, hay quien todavía sigue la férrea doctrina de la Virgen del Puño y espera pacientemente a que su céntimo les sea devuelto, algo que todavía sorprende a Luisa Mosquera, gerente de una de las carnicerías: "A mí me da corte decir, por ejemplo, "siete con treinta" si en la báscula pone "con veintiocho", pero la gente normalmente ya hace el redondeo. Siempre hay quien quiere su céntimo de vuelta. Queda algo cutre, la verdad".