Para Ricardo Rodríguez Martínez, el teatro es "una cosa muy seria". Lleva tan solo una semana jubilado de su puesto de jefe técnico de mantenimiento del Instituto Municipal Coruña Espectáculos (IMCE), así que, todavía no tiene la impresión de que no va a volver; no siente aún vacío por no tener que romperse más la cabeza para meter decorados imposibles en las tripas del Rosalía, algo más que un edificio para él. "Este teatro lo monté yo", explica, sentado en la terraza de La Gran Antilla, con vistas al que más que su centro de trabajo fue su hogar durante casi treinta años, en una mesa que se va llenando de compañeros, que se quedan a compartir un café, bromas y recuerdos.

"Supongo que a partir del mes lo empezaré a notar", dice, ahora que tiene todo el tiempo del mundo por delante para dedicarse a él y a su familia. En 1985 entró en el departamento de fiestas del Concello, como coordinador de montajes. Hasta entonces, no tenía ni idea de cómo era estar entre bambalinas. Le gustaba el teatro como espectador pero desconocía lo que, con el tiempo, se acabaría convirtiendo no solo en su profesión sino también en su pasión y en el motivo por el que ahora no es capaz de ver una obra sin analizar al detalle cómo ha sido el trabajo técnico. "Ahora soy casi ciego", bromea, porque confiesa que se fija más en los "pequeños detalles" que han marcado su oficio que en el argumento de las obras.

Desde 1985 hasta 1994 montaba las fiestas de la ciudad, entonces, recibió "la orden" del alcalde, Francisco Vázquez, de encargarse del Rosalía y de sus obras de rehabilitación. El Ayuntamiento acababa de comprar el edificio, que era "precioso", pero que estaba montado "a la vieja usanza" y necesitaba nuevas tecnologías para convertirse en un escenario aún más importante, no solo de la ruta de la ciudad, sino de toda Galicia.

"La experiencia la fui cogiendo poco a poco, primero montábamos en exteriores y después veníamos a los recintos y, a partir de ahí, fue cuando desarrollé toda la pasión por la maquinaria y los teatros", cuenta Ricardo Rodríguez, al que todo el mundo conoce como Richard.

"Yo el teatro lo conocí en su etapa privada, después lo desmonté, porque fui yo el que lo tuvo que desmontar cuando lo adquirió el Ayuntamiento y, a partir de ahí, entró la empresa a la que se le concedió la rehabilitación y ya estuve yo ahí viendo cómo se hacían las obras", recuerda. En su cabeza se agolpan fechas, nombres, espectáculos y montajes. En el teatro Rosalía pasó "muchas horas, demasiadas", más de las que puede contar y confiesa que lo cuidó incluso mejor que su propia casa. A fin de cuentas, nadie dedica a su vivienda un mes entero, el de julio, para pintarla, mimarla y ponerla a punto para la nueva temporada.

Fueron tres años de obras de rehabilitación y el 22 de abril de 1995, el Rosalía abrió de nuevo el telón, pero ya como edificio municipal. "Tenía la tramoya y los complementos de madera y cuerdas. Era un peligro. Lo que tuvimos que hacer fue un esqueleto, un armazón metálico, para poder elevar los cortes, que son los que se utilizan para levantar los decorados. Eso todo se motorizó, se dotó al recinto de una instalación eléctrica más moderna, nuevas tecnologías...", comenta.

Tanto es así que, de los 30.000 watios de iluminación que tenía el recinto en su etapa privada pasó a los actuales 500.000. Esa misma tramoya metálica, por cierto, es la que todavía conserva el teatro para poner en pie cualquier espectáculo, porque desde aquel 22 de abril han pasado miles de montajes por ese escenario. Todavía se emociona cuando piensa en aquel momento de reabrir las puertas, los nervios, la ilusión por que todo saliese bien y a los espectadores, una vez más, ocupando sus butacas.

Ese día empezó también una colección que atesora el teatro en 1.700 carpetas guardadas, una por cada espectáculo hasta 2005 „cuando empezó a rellenarlas en su ordenador„ cada una con su información técnica, el personal, su díptico y su programa de mano, si lo tenía. Todos los secretos que habían hecho posible que el público pudiese disfrutar de una función de una obra clásica, de un concierto o de un ballet.

El otro día „cuenta„ estaba en el Rosalía e iba pensando en alto, tanto, que casi se despedía de las paredes que le han visto hacerse mayor y que se convirtieron en casa y escuela de generaciones de jóvenes que aprendieron el oficio con él y que ahora vuelan sobre otras tablas. Esas paredes le devolvieron aplausos indirectos y fueron testigos de la amistad de grandes artistas, como Concha Velasco, para la que montó tantas obras, que siente ya este edificio de Riego de Agua como una segunda casa en la que la espera una familia elegida, la que le regaló "una tarta" en el día en que cumplió 70 años.

Cuenta Richard que, para muchos de los grandes artistas, el Rosalía o A Coruña, con sus otros grandes recintos, como el Coliseum, empezar una gira en la ciudad y que funcione es garantía de éxito, porque se considera que es un "público entendido" y, sobre todo, que ha sabido mantener el relevo generacional.

"Por eso tenemos los 500 abonados que tenemos", describe Rodríguez, que ha visto familias enteras ocupar sus butacas en el Rosalía durante más de dos decenios. "Es verdad que ahora ha bajado un poco el número de espectadores, porque hay otra oferta „en referencia a las plataformas de pago, como Netflix„, pero A Coruña tiene muy buena fama por sus espectáculos", comenta y defiende que el teatro tiene que ser "accesible, pero no gratis, porque es muy caro" poner en pie un espectáculo, cualquiera, desde que se escribe la primera línea del texto hasta que se abre el telón.

"El montaje es un aprendizaje constante, aunque la filosofía sea la misma, no es igual porque cada espectáculo requiere una cosa diferente", reflexiona.

Como un maestro que ha visto crecer a sus alumnos, no puede quedarse solo con un espectáculo de todos los que ha programado, aunque, Snow, de Slava Polunin, está guardado en la cajita de los mejores recuerdos porque no siempre un teatro es capaz de abrazar a sus espectadores con una tormenta. Por sus manos, como jefe del mantenimiento de los recintos del IMCE han pasado pequeñas y grandes obras, desde la puesta en marcha del Colón en esta nueva etapa municipal hasta "el cambio de un ascensor en el Coliseum".

Desde que empezó a trabajar trató con catorce concejales y cinco alcaldes, calcula que ha participado en 3.000 montajes y que 1,6 millones de personas asistieron a espectáculos que pasaron por sus manos. Más de 25 años de trabajo, de nervios y alegrías, de pasión por el teatro que, ahora, tendrá que empezar a alimentar desde el otro lado, sentado en la butaca.