El segundo concierto para piano y orquesta de Brahms es una obra de máxima dificultad para el intérprete. El alemán, además de compositor, fue uno de los grandes pianistas de su tiempo; de hecho desempeñó la parte del solista en el estreno. Cuando un joven pianista asume interpretarlo, es que ha alcanzado un alto grado de madurez. Javier Perianes realizó un trabajo excepcional en una obra mayor que sólo tocan los grandes cuando han alcanzado ese grado de sabiduría que otorga la experiencia; y, desde luego, poseer esa cualidad inestimable que define a un verdadero artista: la pasión por el arte de los sonidos. Perianes ha realizado una soberbia lectura de este concierto que ha resuelto con rara perfección, refinamiento sonoro, sensibilidad y una impresionante fuerza, fruto de su poderosa pulsación. Hay que felicitarse por tener en España a un pianista de su categoría que, además, dada su juventud, tiene todavía un largo recorrido con el instrumento de teclado. Correspondió al entusiasmo del público con un hermoso bis: Nocturno, opus 54 nº 4, de las Piezas líricas, de Edward Grieg. La concertación de la orquesta con el solista fue muy afortunada; los primeros atriles estuvieron a la eminente altura habitual. Destacó el violonchelista, Miguel Jiménez, invitado para este programa, en el tiempo lento del concierto de Brahms. La sinfonía de Schumann „preciosa, aun admitiendo sus irregularidades„ fue interpretada con enorme pasión; tal vez en algún momento, los excesivos volúmenes hicieron perder el fraseo y crearon algunas saturaciones del sonido. Antonio Méndez aporta vehemencia, fogosidad al discurso musical; personalmente, estimo que, con frecuencia, su movimiento de brazos resulta excesivo y algo confuso.