José María Rodríguez Armada es el proyeccionista del Centro Galego de Artes da Imaxe (CGAI) desde 1994. La Academia Galega do Audiovisual le concederá el próximo 7 de marzo, en la gala de los premios Mestre Mateo, el galardón de honra Fernando Rey.

¿Qué lo llevó a entrar en el mundo del cine?

Voy al cine desde pequeño. En mi pueblo, Cariño, íbamos al cine todos los domingos. Veíamos lo que nos ponían (ríe). Luego estuve en la Escola de Imaxe e Son, e hice prácticas en el CGAI. Entré como proyeccionista, y empecé a ayudar en el archivo de cine y vídeo. Hacemos un poco de todo: recuperación, restauración de obras... Esta parte tiene un coste bastante elevado. Antes, cuando restaurabas, duplicabas en formato fílmico, tenías que ir al laboratorio a Madrid o Barcelona... Eso es dinero. Se podía restaurar uno o dos cortos o largometrajes al año. Ahora todo va más enfocado hacia lo digital.

¿Y el digital tiene algún inconveniente?

No, son todo ventajas. Si se hace un escaneo en condiciones, lo vas a poder exhibir durante mucho tiempo sin ninguna pérdida, siempre que se conserve el soporte físico y no nos cambien los estándares técnicos.

¿Sigue habiendo proyeccionistas en los cines comerciales?

Sí, lo que pasa es que ahora tienes a dos proyeccionistas para atender a trece salas. Antes, con el 35, daba mucho más trabajo.

¿Cómo es trabajar de proyeccionista? Es un trabajo detrás de los focos...

No, nadie se acuerda del proyeccionista. Como no esté desenfocado, o desencuadrado, o se te queme un motor y tengas que parar la proyección, nadie se entera de que hay alguien detrás. Está bien, que se dé un poco de visibilidad, no solo Cinema Paradiso (ríe). Nadie se acuerda del taquillero, de los acomodadores que había antes en las salas... Y eran oficios, igualmente.

¿Tuvo algún problema de los que menciona que fuese especialmente sonado?

No... ¡Que lo diga el público, yo no me acuerdo de los malos momentos (ríe)! Hubo alguna sesión con problemas técnicos, pero cosas graves no recuerdo... O no quiero acordarme (ríe).

¿Y los mejores momentos?

Hay muchos ciclos del CGAI que me han gustado. Entre los que más, los de John Ford, Buster Keaton, Mizoguchi, Kurosawa... Muchísimos.

¿Se disfruta igual la película desde la sala de proyección?

Hombre, mejor verla en sala, qué quieres que te diga (ríe). Pero se disfruta igual, más pendiente de que no pase nada.

Ha visto pasar por el CGAI a muchos cineastas y actores.

Victor Erice, Manuel de Oliveira, Berlanga, Penn, John Malkovich... Estuve proyectando El sol de membrillo con Erice al lado.

¿Le ha quedado alguna película por proyectar?

Creo que he proyectado casi todas las películas que me gustan (ríe). Recuerdo pensar que me gustaría proyectar Cantando bajo la lluvia y lo acabé haciendo. También Centauros del desierto, o S er o no ser...

Sobre todo cine clásico.

De todo. También pongo cine experimental, y me acaba gustando (ríe). Y mucho cine gallego.

¿Qué significa para usted recibir el Fernando Rey?

Creo que no me lo dan solo a mí, sino que es un reconocimiento a la labor del centro y de los profesionales que no salen nunca en la alfombra roja. A los otros oficios del cine.

Hablando del cine gallego, ¿cómo ve su situación?

Es buena. Se están estrenando películas y la gente va a verlas. O que arde, una película pequeña, está funcionando muy bien, y también otras más industriales, como Quien a hierro mata. Que conviva el novo cinema galego con el cine más industrial y ambos tengan repercusión es muy positivo.

El CGAI ha perdido mucho presupuesto en esta década.

No se puede negar. Estamos en época de vacas flacas, y ha sido una crisis global para todo el mundo. Hubo y hay recortes en todos los ámbitos, y la cultura es una de las primeras. Hemos perdido presupuesto y hemos perdido gente. Ahora mismo estamos sin director, una figura importante. Pero seguiremos trabajando igual.