La pesca de la sardina fue una actividad principal en la vida local. Para el ilustrado José Cornide, era "abundante para el sustento de este Reyno, conservación y aumento de la marinería".

La llegada de los fomentadores catalanes y las factorías de salazón revolucionaron el mundo de la mar en el siglo XVIII. Anteriormente tampoco era un mundo pacífico. Una amplia gama de costumbres antiguas, y después de ordenanzas y órdenes reales, regulaban la actividad pesquera.

Estaba fijado quién podía pescar, los mareantes, dónde se podía pescar, las postas, en qué épocas del año y con qué artes. La abundancia de sardina establecía zonas y artes según el calado: en la playa, a medio fondo o a mayor profundidad. La geografía de la ciudad facilitaba el contacto con la pesca.

Postas había a lo largo de toda la costa. Eran conocidas por un topónimo de tierra: San Pedro de Visma, la Insua de Tines, la de A Cancela, la de Bochoal de Liseiro, el Areal del Orzán, As Lagoas, Inxugadoiro, Corredoira y Areal de San Amaro.

Las postas siguientes son las situadas en el interior de la bahía coruñesa. Esta zona venía señalada por una línea imaginaria que unía la Punta de Pragueiras (en San Amaro) y el Seixo Blanco. Hacia el interior se encontraban las postas de Insua, Lama, Pozofurado, Río Monelos, Achadizo, Cola, Furna Baixa, Areal de Oza, Puntal, Areal da Foz y Estorroneira. Era donde tenían la exclusiva los marineros locales desde principios de julio hasta pasada la festividad de Reyes. Después de esa fecha, los marineros de Ares, A Graña, Ferrol, Betanzos, Pontedeume y Redes podían entrar a faenar.

En la misma playa, y desde tierra, se podía pescar con el arte conocido como secada, o sacada. Se lleva todo el aparejo en un barco dejando uno de los extremos amarrado a tierra. Se va largando toda la red hasta que con el extremo opuesto se llega de nuevo a la playa. A partir de ahí todo es tirar de los extremos acompasadamente cercando la sardina.

El número de personas que interviene es numeroso. La necesidad de fuerza para retirar las redes juntaba en la playa a quince o veinte personas en cada cabo, sustituidas en ocasiones por animales de tiro. En la misma playa, pero a medio mar, con fondos arenosos, se utiliza el mismo sistema, llamado ahora chinchorro, donde la necesidad de personal es menor.

En aguas más profundas, pero dentro de la ría, el arte empleado es el llamado cerco real o cedazo. Aquí intervienen entre 70 y 120 hombres en varias embarcaciones. Las redes eran de enormes dimensiones, se trabajaba de manera colectiva. Eran las denominadas compañías de mareantes.

Se detectaba el banco de sardina y se largaba la red rodeándolo. Después, con barcos auxiliares dentro del cerco, se recogía el pescado, se juntaba en un barco de dominio colectivo, el trincado, y se llevaba a tierra mientras en el mar continuaba la faena.

El incumplimiento de los usos y las costumbres dio origen a numerosos conflictos. En el año 1615 el pregonero de la ciudad, Domingo de Santiago, lee un pregón, en el atrio de San Jorge y en el Cantón Grande y Pequeño de la Pescadería, recordando la prohibición a los de fuera de pescar cuando los locales largaban los cercos dentro de la bahía. Eran los mayordomos del gremio, Alonso de Cedeira, Juan Cotofre y Gregorio San Pedro, los que se querellan contra Alonso de Cambre y Pedro de Muros.

Pasados los años, en 1662, es Pedro de Avilés, mayordomo de la Cofradía de San Andrés, el que se querella contra varios marineros de Ares. Su presencia, en las inmediaciones del castillo de San Antón, usando el arte del xeito, dio lugar a un altercado en el que, de no retirarse a tiempo, "sucedieran muertes". Unos defienden la libertad de pescar en "la mar común de todos y sin distinción". Los otros, la posesión inmemorial del monopolio de pesca hasta el Seixo blanco, "que son límites y demarcaciones antiguas".

En los siglos posteriores los conflictos continúan. La introducción de artes nuevas, principalmente la xábega, dará lugar a importantes conflictos, largas querellas y profundos debates políticos. Comparado con hoy, aquellos eran los tiempos en los que el mar " fervía de sardiña".