Con la única comedia que escribió, Jean-Paul Sartre proyectó el futuro. En Nekrassov dibujó la manipulación política y mediática de hoy, y evidenció esas fake news que tanto suenan. Bajo la dirección de Dan Jemmett, la pieza llega este sábado al Teatro Rosalía (20.30 horas), en una adaptación protagonizada por Ernesto Arias. El actor será George Valera, un estafador en apuros, que trata de salvar el pellejo simulando ser el ministro del Interior de Rusia.

Un actor interpretando a un impostor, ¿es una doble estafa?

Sí, pero también parte de la propuesta de Dan Jemmett, que plantea un espacio en el que los actores juegan a hacer teatro. En mi caso, es el mismo personaje el que se disfraza. A George Valera, al que le denominan el mayor impostor de Francia, están a punto de pillarle, y eso le lleva a meterse en el universo periodístico y a encarnar al ministro ruso Nekrassov.

¿Se adelantaba Sartre a la posverdad?

No sé si era un adelantado, o si los acontecimientos le han situado en la actualidad. Pero hoy se puede hacer un paralelismo, porque todas las fake news con la intención de incidir en el voto ya las plantea en la pieza. Lo que ocurre es que ahora se ha desarrollado con las redes sociales.

¿Hoy son las grandes influyentes, más allá de los medios?

Claro. Hay empresas que influyeron en el Brexit o en la campaña de Trump usando la biografía virtual de los ciudadanos. La influencia en los años 50 era la prensa, pero hoy la información la seguimos por las redes, y es ahí donde los grandes poderes tratan de incidir en el comportamiento. No sé si somos libres, pero creo que tenemos motivos para sospechar que no.

Ese utilitarismo del que habla, ¿alcanza a las tablas?

(Silencio) Me cuesta decir esto, pero sí. A veces veo funciones demasiado dirigidas a llegar a una determinada conclusión, y eso no me gusta. Hay que dejarle al público para hacer su propia reflexión, el teatro tiene que estar para otra cosa...

Denunciaba en él un ablandamiento de la crítica. ¿Se ha rebajado la exigencia?

Creo que sí. Hay espectáculos que me parecen una maravilla y pasan desapercibidos, y otros muy irregulares que los críticos ponen de maravilla. La crítica simplemente plasma impresiones, pero no analiza los porqués.

¿Hubo alguna que le hiciera cambiar de rumbo?

Sí. Hay comentarios en el ámbito periodístico que te dan una visión de tu trabajo que te hacen tomar determinadas decisiones...

Pero usted es difícil de convencer. Su representante quería que se vendiera mejor, y le desesperaba con su negativa...

¿Pero eso dónde lo has leído, por favor? (risas) Sí, hay algo en la profesión de venderse. Pero yo siempre me he preocupado de tratar de hacer lo mejor posible mi trabajo, entendiendo que eso me llevaría a poder ganarme la vida. Yo era un asturiano que quería ser actor, y todo el mundo me decía que era muy complicado. Fui adentrándome, pero sí que me da pereza ocuparme de la imagen pública que doy.

¿Diría que se ha hecho a sí mismo, como defendía Sartre?

Me he ido haciendo a mí mismo, pero he tenido mucha ayuda. Como mi familia, por ejemplo.

De hecho, la primera obra la montó con sus hermanos...

Sí, tendríamos siete años, y fuimos a la Casa de la Cultura de Lugones para decir que queríamos actuar allí. Luego me metí e el grupo de teatro, y empecé profesionalmente. Claro que he tenido mucho arrope. La verdad es que tengo que estarle agradecido a la vida.