Las huellas de la emigración gallega a Cuba y América no está solo tras los ojos arrugados de los que la vivieron. Tampoco en viejas postales sepia, ni en esos parientes lejanos que hoy hablan otros acentos, pero que partieron de un tronco común al otro lado del océano. En una veintena de puntos de A Coruña, tan icónicos como Méndez Núñez o Ciudad Jardín, respiran aún en vivo vestigios de ese pasado de buques y pañuelos blancos que se mojaban con las despedidas. Entre 1880 y 1930, antes de que los emigrantes comenzaran a mirar hacia Alemania y Suiza como nuevos destinos, los que retornaban sembraron en la ciudad decenas de palmeras, testigos centenarios de un mundo que ha cambiado a su alrededor, pero que las ha mantenido.

La costumbre se extendió en la urbe como monumento a un sentimiento muy gallego: la morriña. Los indianos volvían a sus casas con los bolsillos llenos de sus negocios en las Américas, y conformaban "una red que les permitía influir sobre Galicia y su urbanismo". Lo cuenta Jorge Barrecheguren, uno de los autores de Morriña de Cuba, A Coruña a través de sus palmeras. El libro, creado por un equipo de cinco investigadores y una fotógrafa, repasa los cambios vividos por la ciudad desde finales del siglo XIX, como parte de un Proyecto Palmera con el que sus impulsores catalogan a estas peculiares emigrantes por toda Galicia.

Las teorías de su fiebre son varias, pero Barrecheguren apuesta por la nostalgia. A la puerta de las alocadas y llamativas casas que los indianos construían a su llegada, nacían en pocos años las mismas palmeras que llenaban Cuba, como un modo de recordar el horizonte caribeño. Pronto se convirtieron en un símbolo de estatus, y la burguesía comenzó a imitar la moda. "Si paseases un día de 1910, verías que está todo lleno de ellas. No son solo un patrimonio ecológico, sino también histórico", explica el autor.

La Rosaleda, introducida en Méndez Núñez en 1900, es la más imponente de A Coruña. Barrecheguren aventura que corona también Galicia, con unos 29 metros que la postulan como la más alta de la comunidad. Su plantación fue parte del desarrollo urbanístico de los Jardines, que comenzó en 1868 tras el derribo de las murallas. El área es uno de los protagonistas gráficos del libro, que reúne una veintena de imágenes realizadas por Yasmín Santos e hiladas por la sempiterna presencia de las palmeras procedentes de América.

Palmeral de Méndez Núñez visto desde la parte superior del Hotel Embajador el siglo pasado. | LA OPINIÓN

Las instantáneas establecen una comparativa entre la A Coruña del siglo XX y la del XXI, y dan fe del cambio. "La diferencia es increíble. Antes el Banco Pastor era el edificio más alto de España, pero ahora es uno de los más bajos del skyline de los Cantones", dice Barrecheguren. El autor apunta que la compañía „creada para beneficiarse de las remesas de los emigrados„ dejó huella en la urbe, pero la considera mínima si se piensa en Eusebio da Guarda. "No era indiano de verdad, pero se casó con la viuda de un hombre [Modesta Goicouría] que había hecho dinero en Cuba y lo gastó todo aquí, en filantropía", revela.

El instituto que lleva su nombre, la reconstrucción de la capilla de San Andrés y la fuente de la plaza de Azcárraga son parte de esas donaciones con olor caribeño. También saben a La Habana las palmeras de Villa Inés y el ejemplar que despunta en el Chalé Companioni. Los Jardines de San Carlos y el mercado de la plaza de Lugo se suman al puzle, que tiene en el asfalto su expresión más notable. No hay en la ciudad un signo que supere en hermanamiento al bautismo de la Avenida de La Habana, cuya placa „cómo no„, también tuvo que ver con los indianos.

Fueron cerca de 80 los que recalaron en la ciudad en el verano de 1923, dentro de un viaje diplomático que se alargó hasta trece días. La excursión fue dejando en A Coruña un rastro de migas de pan, como la colocación de la primera piedra del monumento a Curros Enríquez de los Jardines, en cuyo antiguo café solían reunirse los indianos locales. La inauguración de la nueva vía fue una fiesta en la época, en la que se habló de replicar una Avenida de A Coruña en la isla caribeña. "Estuve buscando si se hizo, pero no encontré nada. Aunque también puede ser que se la llevara por delante el régimen", apunta Barrecheguren.

Memoria contra el picudo rojo

El autor ha sido uno de los cinco que han dotado de contexto al libro, en el que también participan Antonio S. Río, Adrián González, Ángel Arcay y Carlos Ferreiro. Su obra es el "colofón" de un proyecto alentado por la entrada desde Gondomar del picudo rojo, un insecto asiático que destruye las palmeras. La Asociación Morriña de Cuba calcula que ha acabado ya con "decenas de miles" de ejemplares en Galicia, varios en A Coruña. Ante la situación, Barrecheguren pide compromiso por parte de los concellos, y la actuación en puntos clave como La Rosaleda.