Al igual que los restaurantes que, desde el estallido de la pandemia, entregan sus platos por las casas, hay otros que han querido alimentar el espíritu. "No creo que todo sea televisión, sobre todo con el bombardeo que está habiendo con el tema del coronavirus", dice Manuel Arenas. El dueño de la librería echó el viernes, como varios establecimientos de la urbe, el cierre de sus tiendas en Oza y el Cantón Pequeño, pero se resiste a paralizar su actividad. "No estamos abiertos, pero seguimos prestando servicio. Si alguien está en casa y quiere leer una novela, estaremos ahí", apunta.

Tirando de imaginación, el propietario ha habilitado una vía de entrega a domicilio para que sus clientes no se queden estos días sin material de lectura. Los más precavidos "se olieron" hace ya un tiempo la situación, y recalaron en el local para llevarse "dos o tres libros" antes de que bajase la verja. A otros, sin embargo, "les pilló por sorpresa", y quedaron recluidos en casa sin un producto "que no es de primera necesidad", reconoce Arenas, pero que "ayuda" cuando uno precisa distraerse de la alarma. Por ello, cuando el cierre fue absoluto y la librería se le "cayó encima", el dueño decidió abrir la línea del 606 979 162 Para que los que los amantes de la literatura pudiesen llamar y hacerse con sus libros sin salir de casa.

El servicio puerta a puerta comenzó a funcionar el domingo de forma tímida, con un par de usuarios para los que no hay virus que pueda con la lectura. Esta semana el teléfono también sonaba para el repartidor de la tienda, que acude a los domicilios armado con mascarilla, geles y guantes, y alguna buena historia bajo el brazo. Los ejemplares se entregan "desinfectados", recalca Arenas, que defiende su protocolo de higiene, en el que incluye la posibilidad de pagar con tarjeta. Algunos de sus repartos son nuevos pedidos, pero la mayoría son encargos que habían quedado pendientes, y a los que el librero da ahora salida como alternativa en un momento en el que todo es incertidumbre.

El encargado cifra en "50.000 o 60.000 euros" las pérdidas que sufrirá en tan solo estos 15 días de reclusión. "Puedo aguantar uno o dos meses, pero no sé en qué estado me voy a encontrar en un tiempo. Esto va para largo, no se frena tan fácilmente un virus como este", lamenta. A su situación se suma el agravante de una nueva tienda, la de Oza, que empezó a rodar hace apenas unos meses, y cuyo despegue queda con el parón en el limbo. "Me ha roto el día. No cerré ni en la crisis y me encontré con un cierre forzoso", dice Arenas, que ha dado, por el momento, vacaciones "a la mitad de la plantilla".

Abiertos, aunque a medio gas, siguen otros establecimientos que eran además papelería. Es el caso de la librería Azeta, que ha reducido su horario (de 10.00 a 14.00 horas) y despacha sus productos desde la puerta. Cuenta su encargado, Suso Cambón, que los primeros días la gente acudía en busca de "la prensa o alguna libreta", pero que el avance de la cuarentena provoca que los usuarios lleguen cada vez más a cuentagotas. "Poco a poco van cogiendo consciencia de que este es un problema grave. Sentimos el pánico de la gente, aunque también la irresponsabilidad de otra. El sábado pusimos unas mesas para que no entrara nadie, y se lo tomaban a cachondeo", relata.

Para el propietario, la crisis del coronavirus será en el sector librero "más profunda de lo que parece", porque creará "nuevos hábitos" de consumo en plataformas "en personas que no los tenían". Lo mismo opina Esther Gómez, al frente de Moito Conto, que se declara "en shock" por tener que "afrontar gastos a puerta cerrada". "Hemos parado y a ver si volvemos a abrir. Todos sabemos que esto van a ser más de 15 días, e igual esta situación nos come a todos", apunta. Como otros locales, sus compañeras "están de vacaciones", a la espera de "medidas económicas que nos puedan dar algo de luz". Las que todavía funcionan entre lápices y cartulinas, como la librería Couceiro, temen que "en cualquier momento" también las clausuren, aunque bajar la persiana sea a estas alturas, en las que "no hay gente", un gesto más simbólico que determinante para el bolsillo.