Extraña celebración del día de San José, con millones de personas en arresto domiciliario para ver si de esta forma se rompe la cadena de transmisión del coronavirus. El arresto se presume más largo de los quince días que decretó en principio el Gobierno español y está por comprobar si la gente aguantará la forzada reclusión con el buen ánimo inicial. En las cadenas de radio y televisión, y en los medios escritos, se difunden programas para mantener a la audiencia entretenida y periódicamente consejos sobre la forma de contribuir a la asepsia general. El pueblo español tiene acreditado históricamente capacidad de resistencia, sacrificio y solidaridad. Virtudes que admiraba el gran escritor portugués Eça de Queirós y que son de antiguo un rasgo de carácter como el resumido en el Cantar de Mío Cid bajo la famosa frase "¡Dios que buen vassallo si oviesse buen señor!". Un lamento secular sobre la falta de correspondencia entre el pueblo generoso y una elite cicatera que nunca está a la altura de las circunstancias. La lucha contra el virus que nos invade tiene sus héroes y heroínas. Y la primera de todas fue Valentina, la ujier del Congreso de los Diputados, que armada de útiles de limpieza procedió a desinfectar el arengario desde el que los oradores se dirigen a la cámara. Una pasada concienzuda tras cada intervención hasta dejar la tribuna, el pupitre y los pasamanos de las escaleras limpios como los chorros del oro. Su minuciosa labor fue aplaudida unánimemente por los diputados presentes en una comparecencia limitada al máximo, y luego difundida exhaustivamente en los medios. El episodio no deja de tener un involuntario simbolismo. Desde esa tribuna se han oído decir estos años cosas horribles que hubieran merecido un tratamiento inmediato con agua y jabón. Habrá -no lo dudemos- otras actuaciones heroicas en esta larga contienda en la que la limpieza es un arma defensiva fundamental para recobrar la normalidad. Pero mientras eso llega, celebremos como se merece a San José, un ejemplo de laboriosidad y modestia según nos lo describen los Evangelios. Cuando yo era joven, la festividad del 19 de marzo era pretexto para celebrar una de las citas gastronómicas más importantes después de las de la Navidad. Entonces llegaban a la mesa los platos más sabrosos y se descorchaban las mejores bebidas, de esas que se dejan dormir todo el año en la bodega a la espera de una ocasión que merezca degollarlas. Y para rematar, un surtido de los postres más azucarados y enmerengados. Como suele decirse, "nos poníamos como Pepes", que es lo que correspondía, ya que en mi casa había tres: mi abuelo, mi padre y el que esto escribe, que era el único que solo aportaba buen apetito a la celebración. Da algo de pena recordar aquellos excesos digestivos en la situación de arresto domiciliario en que nos encontramos por culpa del coronavirus. Aunque bien mirado también los seres microscópicos tienen derecho a alimentarse a nuestra costa. Y todo eso sin recurrir al pretexto de festejar a San José. Mientras tanto, paciencia y resignación.