En estos días de obligada reclusión en casa para combatir el avance del coronavirus solo unas pocas personas salen a la calle para atender al ciudadano en sus necesidades básicas. El carnicero, el panadero, la farmacéutica, el gasolinero, la dueña del quiosco; también quien conduce una ambulancia, los bomberos, los policías locales y nacionales. Son profesionales y vecinos anónimos (José Manuel, Juan Carlos, Eva, Mar, Guadalupe, Pilar, Francisco) que durante la cuarentena sanitaria se convierten en personas imprescindibles para los demás.

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Quienes forman parte de los cuerpos de seguridad y vigilan el cumplimiento de las medidas a las que obliga el decretado estado de alarma o pertenecen a los colectivos sanitarios son hoy reconocidos desde las ventanas por sus vecinos, aplaudidos por su trabajo, admiten algunos. Los que desde un mostrador sirven a los ciudadanos para que estén provistos de lo que más necesitan, protegidos la mayoría de los casos por una mascarilla y guantes, son testigos de la intranquilidad de sus clientes cuando van a comprar el pan, la leche, el periódico o tabaco.

Policías, bomberos y sanitarios viven estos días en permanente atención al transcurso de unos acontecimientos muchas veces cambiantes, pero también están pendientes de que su actividad no se convierta en un factor de riesgo que les conduzca a un contagio del virus. A diario, por su parte, abren las carnicerías y pescaderías y otros establecimientos de alimentación, así como las farmacias. Quioscos y gasolineras reducen sus horarios o incluso llegan a cerrar también, ya que los clientes escasean en la medida en que se prolonga la cuarentena. Unos y otros en la calle, y los demás en sus domicilios, no desean otra cosa que sus vidas recuperen la normalidad.