Ha muerto Julio Andrade Malde. La noticia me llega estando muy lejos, en Holanda, pero habría estado igual de lejos, quizá aún más, de haberla recibido en A Coruña. Esta terrible epidemia ha hecho que la separación física sea más grande y dolorosa que nunca, privándonos de algo que parecía impensable: la posibilidad de despedirnos de nuestros seres queridos. Julio merece un gran homenaje de su ciudad, A Coruña, y de toda la comunidad musical a la que incansablemente apoyó en su carrera como crítico musical, y mientras no pueda llevarse a cabo, lo menos que puedo hacer es escribir unas líneas, hiladas con bastante dolor, que pretendan recordar a la gran persona que ha sido.

Julio, ser humano polifacético, -cualidad de la que siempre presumía- era, antes de muchas cosas, un hombre de una nobleza extraordinaria. Un auténtico caballero a la antigua. Generoso como pocos, apoyó la carrera de muchos artistas de su tierra, entre ellos yo mismo, por lo que le estaré eternamente agradecido. Sus críticas eran siempre alentadoras, nunca destructivas ni sectarias. Su carácter afable y sentido del humor le hacían estar siempre rodeado de amigos y colegas más jóvenes.

Julio Andrade era hombre de una cultura extraordinaria, a la altura de su sensibilidad artística. Grandísimo amante de la literatura, y gran conocedor de nuestras letras. Recuerdo su amor por Curros Enríquez y Rosalía, entre otros autores fundamentales. Grandísimo conocedor del canto, entre otras razones, por haber pertenecido a una generación que pudo educar su voz con Bibiana Pérez. Sus juicios en lo tocante a este tema eran de siempre acertados. Compositor (aunque él decía con sorna dilettante) de obras de cámara y canciones, algunas de las cuales pude acompañarle al piano, que fueron alabadas entre otros por el tenor Joaquín Pixán. Las letras, en muchos casos, fueron escritas por él mismo y tomadas de poemas de sus admirados Xosé Díaz Xácome, Pondal y Curros. Sus muchos talentos y conocimientos, en ningún caso, acaban ahí: licenciado en derecho, profesor de comercio exterior, diplomado en gemología, entomólogo aficionado, amante de la botánica. También hombre de mundo, que ejerció parte de su carrera en París y Argentina.

Brahmsiano hasta la médula, Julio se identificaba con la obra y la persona del hamburgués como poca gente que haya conocido. Recuerdo haber hablado con él largamente sobre el compositor que ambos admirábamos. Brahms fue una de los pretextos para que Julio y yo colaborásemos en dos conferencias-concierto magníficamente ideadas por él sobre dos obras muy queridas: la segunda sonata para violín y piano op.100, que toqué junto al violinista Antonio Facal, y el trío nº 3 op.101 que toqué junto al violinista Daniel Vlashi y el cellista Millán Abeledo. Extraordinarios compañeros de viaje.

Gracias Julio, por haber creído en mí desde el principio. Gracias por haber apoyado cada uno de mis estrenos y conciertos. Gracias por haber dado tanto de ti mismo a la ciudad que amabas. Ni mi familia ni yo te olvidaremos. Descansa en paz.