Lucas, Jacobo, Lola y Oliva suman entre los cuatro 26 años. Estos días de encierro a la fuerza en casa por el coronavirus pasan mucho más tiempo juntos con sus padres, Manuel y Lola, aunque también, por motivos de salud familiar, están haciéndoles compañía a sus abuelos maternos en Cambre. Ningún hermano llega a los 10 años y la expansión alarmante del Covid-19 les resulta desconcertante.

"Cuando todavía tenían cole, llegaban todos los días a casa con noticias sobre el coronavirus, incluso con datos de mortalidad. Yo intentaba explicarles, adaptando la información a su nivel, que en el caso de los niños es una infección totalmente banal, pero el riesgo que tienen es el de contagiar con facilidad, porque la expansión es muy rápida, y por eso hay que tener precauciones y ser muy insistentes con el lavado de manos", cuenta la madre.

Manuel Quintas, de 38 años, es profesor de instituto y la suspensión de las clases le pone en la misma situación que los alumnos, encerrado en casa, en su piso de la calle Almirante Romay. Lola Gómez-Ulla, de 37, es pediatra en el centro de salud de O Castrillón y trabaja en la consulta por las mañanas antes de regresar directamente a su vivienda. Pero hace dos jueves tuvo que ser ingresada en el hospital „el coronavirus no tiene nada que ver en este caso„ y hasta el alta, que tiene, sus hijos de 9, 7, 6 y 4 años pasaron al cuidado de sus abuelos en una casa con un pequeño jardín que tienen en Cambre, donde podrán "estirar las piernas y desconectar un poco de la sensación de encierro".

En el tiempo de confinamiento que hasta ahora han pasado juntos los miembros de esta familia numerosa han tratado de ajustar sus costumbres semanales a una nueva situación inusual. "El lunes organizo una planificación diaria para tratar de que los niños mantengan una rutina similar a la del colegio, aunque algo más laxa, porque no dejan de ser cuatro niños pequeños con obligaciones diversas. También intento seguir el menú del cole, que además manda semanalmente tareas, deberes o sugerencias para procurar mantener esas rutinas", cuenta la madre de los dos niños y las dos niñas.

Sus hijos son muy activos; practican fútbol, hockey sobre patines, natación, van al conservatorio..., así que durante la semana "no tienen tiempo para casi nada más". Ahora, en el confinamiento domiciliario, ellos y sus padres han cocinado juntos, hecho tareas escolares, visto películas o jugado al bingo y a otros juegos de mesa. "Hace dos semanas hice una compra muy grande y mi hijo mayor, que me acompañaba, mi pidió que comprásemos un bingo. Creo que ha sido la mejor inversión para el aislamiento", ríe Lola Gómez-Ulla.

"Otra cosa que hicimos fue escribir cada uno una carta a algún paciente ingresado, de los que están aislados y sin noticias de su familia, contándoles algo para darles al menos dos minutos de entretenimiento mientras están sufriendo en el hospital y con la incertidumbre de si se va a curar y poder abrazar de nuevo a sus familiares", añade.

El gran reto de todos en esta familia es asumir la cuarentena sanitaria sin traumas ni alteraciones, sobre todo porque algún hijo, como Jacobo, es muy inquieto y la merma de su actividad física habitual lo "desquicia por momentos" y le impulsa a "hacer carreras explosivas por la casa o a dar saltos espontáneos".

"Son niños buenos, pero no dejan de ser niños. Si a la población adulta se le hace cuesta arriba esta situación, a los niños muchísimo más, porque les cuesta entender que cada día que pasa las noticias van cambiando y hay que adaptarse a todo lo que llega", comenta la madre.

En lo que en absoluto quiere pensar Lola Gómez-Ulla, debido a su ocupación profesional, es en el riesgo de contagiarse: "Estoy con los niños y mi marido, de momento no tuve contactos de riesgo en la consulta, así q procuro hacer las cosas lo mejor posible, intentando disfrutar de ellos... cuando tenga un contacto de riesgo ya me plantearé cómo hacer", señala la médico que extrema "las precauciones y medidas de higiene para tratar de minimizar las posibilidades de llevarlo a casa".