Marifé Zas es una de esas trabajadoras no sanitarias que está en primera línea en la lucha contra el coronavirus. Su batalla, con la bata blanca puesta y todavía sin equipos de protección, empezó hace varias semanas, cuando la pandemia amenazaba, pero todavía no estaba tan presente en la vida de los coruñeses y las coruñesas. Entonces, ella y sus compañeras del personal de servicio general de la Casa del Mar -son seis por la mañana y tres por la tarde- se decidieron a combatir al coronavirus con la única arma que tenían a mano: el teléfono.

"Para ganarle la batalla a este bicho, hay que estar en aislamiento y que la gente no salga a la calle, entonces, había que limpiar el centro de gente. La situación era tremebunda, porque solo analíticas ya hacemos ochenta diarias, multiplica por cinco días a la semana y por veinte días hábiles al mes. Tuvimos que llamar paciente a paciente para distinguir si eran analíticas anuales, si eran urgentes...", recuerda Zas, como portavoz de sus compañeras.

En total, calculan que hicieron más de 20.000 llamadas para anular y cambiar citas, las del mes de marzo y también las de todo el mes abril. Porque, con este gesto, que se les llevó la voz, pero también les devolvió mensajes de ánimo y alguna regañina, sabían que estaban salvando vidas.

"El 99,9% de la gente lo entendió de maravilla y hasta nos preguntaba cómo lo estábamos llevando, pero, como siempre, también hay pacientes que son egoístas y que solo miran por ellos y nos decían que no era para tanto y que querían su cita, pero nada, muy bien", comenta.

Al principio, como en casi todos los sitios, las administrativas tuvieron que tirar de imaginación para intentar protegerse. Como no tenían mampara ni máscaras con pantalla, las compañeras del turno de mañana formaron una barrera con sillas de ruedas para evitar el contacto directo con los pacientes porque ellas son las primeras que reciben a los que no conocen el edificio y no tienen mucha idea de cómo moverse por la Casa del Mar. "Somos las primeras para todo, para las dudas, para las broncas... Después llegan a la consulta y no dicen nada, pero nosotras somos el saco de las bofetadas", dice entre risas Zas, que le agradece también a los pacientes que, desde el otro lado del teléfono les pregunten qué tal se encuentran, aunque no las conozcan de nada y solo sea por hablar un ratito con alguien.

"La labor de los sanitarios es encomiable e impagable, están doblando turno, vienen los domingos... Y a nosotras, ya es triste que tenga que ser por esto pero, por fin, se nos ve", dice Zas, de este trabajo que no es sanitario, pero que sustenta la actividad médica. Sin ellas y sus llamadas, habrían acudido a sus citas los pacientes de los siete médicos de cabecera que consultan por la mañana y de los cinco de la tarde, también los de fisioterapia, de odontología, pediatría, las de la matrona o los de enfermería, muchos de ellos mayores y, quién sabe si, alguno de ellos, contagiado y con la posibilidad de contagiar a los demás en un ambiente plagado de población de riesgo.

"Es una queja que tenemos, que nos pusieron una mampara, pero no una pecera, como en otros centros, que tienen como una urna, nosotras pedíamos una barrera de pared a pared, pero nos han puesto unas pantallas de metacrilato delante del ordenador, individuales y con huecos entre una y la otra. Sí que marca distancia con el paciente, pero pensamos que no es suficiente porque pueden meter la cabeza, pasarnos cosas o apoyarse entre una mampara y la otra. Nosotras pedíamos una pantalla de pared a pared", relata. Ahora, tienen un sistema de cribado y no permiten tampoco que los que, finalmente, acuden al centro se apelotonen en la entrada o en las salas.

Ahora que han cambiado las citas hasta finales de abril, les tocará en el futuro otro trabajo de rehacer la agenda, y esperan que, del otro lado del teléfono, se encuentren todos y cada uno de sus pacientes, los que se ponen nerviosos porque no les llaman, los que les dan las gracias, los que aplaudieron todos los días a las ocho desde sus ventanas pensando en ellas, los que se enfadan e, incluso, los que no se acuerdan de que tienen una cita pendiente.