Torra es, por definición, un ser absurdo. Pero no hay, además, un gesto o un juicio suyos que estén exentos de peligro. Su penúltimo afán consiste en la excarcelación de los líderes del procés poniendo como pretexto la propagación del coronavirus. Es decir, sacarlos de su confinamiento delictivo para confinarlos en sus casas evitando las supuestas aglomeraciones de la prisión.

El Tribunal Supremo sostiene, por contra, que ya ha tenido que soportar la burla de los regímenes de semilibertad concedidos a los exdirigentes soberanistas, condenados hasta a 13 años de cárcel hace apenas cinco meses por delitos de sedición y malversación, y que no está dispuesto a tolerar una nueva tomadura de pelo. Naturalmente esta lo es y de pronóstico reservado.

La Generalitat está aprovechando la crisis por la pandemia para aplicar el tercer grado a presos que duermen en sus domicilios durante el estado de alarma. Todo ello no tiene otra razón de ser que beneficiar a los dirigentes independentistas que cumplen condenas por graves delitos contra el Estado. Pese a la situación sanitaria de emergencia que vive el país, los soberanistas no se han apartado de su objetivo y utilizan precisamente la crisis para redundar en lo suyo en vez de reservar el esfuerzo para contener el crecimiento del contagio en Cataluña, que se encuentra a la cabeza y lidera en estos momentos el colapso en las UCI. Ahí se encuentra el verdadero punto crítico, como dice Fernando Simón, y no en la cárcel de Lledoners.

Pero el cabecilla del Govern rebelde ha vuelto a desenfundar porque, en el fondo, cree que en este prolegómeno del Apocalipsis ya nadie tiene en cuenta otro tipo de plagas como la del separatismo. Y en ese sentido puede que no le falte razón, aunque razón y Torra sean antónimo.