Tres o cuatro personas acuden a diario a la iglesia de San Jorge de doce del mediodía a una de la tarde. A esa hora hay misa, como permite la Iglesia a instancias de Roma desde que la población mundial comenzó a confinarse para evitar la propagación del coronavirus. Son casi siempre los mismos feligreses, muy separados entre sí, alguno con guantes, otro con mascarilla. Rezan, comulgan o no y se van, y vuelven el día después. En la iglesia de Santiago las misas son a las ocho de la tarde, a las que un día pueden asistir dos personas y al siguiente hasta ocho, aunque el templo abre también a las 11.30 para todo aquel que quiera recogerse en la oración. Ocurre lo mismo en otras iglesias católicas de la ciudad, donde este año, desde ayer que arrancó la Semana Santa, la comunidad cristiana no podrá congregarse bajo el mismo techo, como tampoco acudir a las procesiones, todas canceladas por la alarma sanitaria.

"Si los cristianos no se reúnen, la Iglesia desaparece. Somos una comunidad de fe y en casa se está lejos de la fe. Y ahora, en estas circunstancias, la propia Iglesia se está desconociendo", lamenta, entre la advertencia y el alarmismo, el párroco de la iglesia de Santiago, Andrés García Vilariño. "Es mi opinión", recalca, y en ella no encaja bien el seguimiento de las ceremonias religiosas por televisión: "Se ven las iglesias vacías. Parece que pasamos a la clandestinidad".

La penitencia y el perdón son servicios que mantienen estos días los templos cristianos, pero si ya son pocos los feligreses que asisten son menos los que los solicitan. Nicolás García, párroco de San Jorge, sí ha confesado a un par de personas en la iglesia. "Nuestros confesionarios son modernos, con rejilla doble, y solo atendemos en un tiempo muy breve", cuenta. Este religioso, como todos quienes ofician misas, no besa el altar ni la Biblia, solo se inclina, y el pan de comulgar lo ofrece en la mano. Hace unos días fue llamado a un entierro en Feáns, pero no llegó a cruzar la puerta del cementerio y rezó apenas un minuto y medio en la entrada antes de regresar a San Jorge.

Por las calles de la Ciudad Vieja y hasta San Nicolás debía haber transcurrido ayer la procesión de la Virgen de los Dolores, con la que se abre la Semana Santa, pero en la céntrica iglesia el vicario José Luis Veira se ha quedado este año sin ver el templo abarrotado, como es la costumbre. "Los fieles asumen el encierro con naturalidad. Aunque no puedan acudir a las procesiones saben que el Señor cuida de ellos", dice. Cuenta que la semana pasada envió por WhatsApp una carta a unos 150 feligreses y amigos transmitiendo ánimo y apoyo para estos días de celebración cristiana y que las respuestas que recibió se multiplicaron.

La Junta de Cofradías ha tenido que guardar sus pasos de Semana Santa e interrumpir las preparaciones. No habrá ninguna procesión este año. Pero la comunidad cristiana se propone expresar su espiritualidad desde casa, como si una "Iglesia doméstica" celebrase estas fechas. La Archidiócesis de Santiago ofrecerá amplia información en su página web sobre los pasos que tendrían que haberse celebrado y el arzobispo de Santiago ha animado a los feligreses a que mañana dejen ramos o dibujos en las ventanas de sus viviendas.