Cuando Eduardo Sáenz de Buruaga amaneció en su hogar de Trasanquelos, en Oza-Cesuras, un martes cualquiera, probablemente no podía imaginar los días que le quedaban por delante. La crisis del coronavirus cruzaba el océano y empezaba a calar en la sociedad norteamericana, donde su hijo Eduardo, de 16 años, se encontraba cursando estudios. Estados Unidos comenzaba a padecer la agitación, el cierre de fronteras empezaba a vislumbrarse como una posibilidad cercana y los estudiantes extranjeros comenzaban a temer que su situación se quedase en el limbo del a ver qué pasa.

"Cada estado lo hizo a su manera. En nuestro caso, la madre de acogida de Atlanta nos dijo honestamente que, para quedarse en casa, mejor que se volviese, que no se fiaba de las decisiones que pudiese tomar su presidente", relata Eduardo padre, que desde el momento se puso manos a la obra para preparar un retorno cuya seguridad se tambaleaba. Empezaba un periplo en el que, afortunadamente, se topó con la cara más amable de la sociedad, desde la agencia de viajes con la que gestionó los billetes, hasta el operario de la gasolinera que se ofreció a abrir los baños reservados al personal en un momento dado. El primer intento fue infructuoso. "Ese día, el martes, estuve hasta las tantas de la madrugada intentando buscar un vuelo, y nada", recuerda.

Afortunadamente, la agencia pudo gestionar al día siguiente un vuelo que partiría de Atlanta a las 23.30 del jueves, con parada en Ámsterdam ante la imposibilidad de viajar a Madrid directamente. Ambos se reunirían en la capital, hasta donde tendría que conducir Eduardo para traer a su hijo de vuelta, al ser este último menor de edad. El regreso parecía asegurado, aunque, como comprobarían más tarde, no podían contar con certeza alguna en la repatriación. "Nos llamaron de Delta Airlines diciendo que el vuelo se retrasaba, que muy probablemente perdería la conexión en Ámsterdam. En ese momento empezamos a buscar opciones como locos", explica.

Con esa incertidumbre se fueron a dormir a las 5 de la mañana, una vez se aseguraron de que Eduardo estaba sentado en la butaca del avión y con la tranquilidad de que, al menos, amanecería en espacio Schengen. El periplo se trasladaba a la carretera. "Me levanté y me dispuse a conducir hasta Madrid", revela. A la altura de Tordesillas, Eduardo hijo le notificó que, como era de esperar, había perdido el enlace en Ámsterdam, y que el siguiente vuelo llegaría a Madrid ya caída la noche. La epopeya empezaba a cobrar un cariz de lo más surrealista. "Estuve en un área de servicio cerrada de Tordesillas casi seis horas viendo pasar el tiempo, dormí siesta, comí un bocadillo y me entretuve contando los coches que pasaban, que eran muy pocos", recuerda, ahora, con cierto humor.

A las 19.00 recibiría de nuevo noticias, aunque no eran las esperadas, ya que el vuelo se retrasaba nuevamente y no sería hasta las 07.00 de la mañana del día siguiente cuando Eduardo podría salir de Ámsterdam. Fue el mismo día que se anunció el cierre inmediato de los hoteles que siguiesen abiertos, lo que dejaba al padre sin opciones de pernocta más allá de su propio vehículo. "Tuve que dar la vuelta y volver a A Coruña, ¿qué iba a hacer si no?", se pregunta. Afortunadamente, Eduardo hijo corrió mejor suerte, ya que lo reubicaron en la habitación de un hotel en la capital holandesa a coste cero. Mientras tanto, el padre seguía en su odisea. "Llegué a casa, cené, me fui a dormir a las 23.00, y a las 05.30 de la mañana ya estaba, de nuevo, camino a Madrid", enumera. Llegó a la capital del tirón dejando a sus espaldas el panorama posapocalíptico de una autopista casi vacía y con la sensación de ir contra reloj para anticiparte al siguiente contratiempo.

Por suerte, no hubo más. Eduardo llegaba, por fin, en un avión casi vacío, tres días después de haber partido de Atlanta y tras haber vivido una experiencia que, pese a lo angustioso del proceso, recordará como una aventura toda su vida. Su padre, pese a los contratiempos, lo rememora con cariño y agradecimiento: "Estas cosas también hay que contarlas, me topé con la mejor versión de todo el mundo, nadie me escatimó la ayuda".