Nací en Moar, en el municipio de Frades, donde vivían mis padres, José y María, en la casa de mis abuelos Andrés y María, así como mis cuatro hermanos: José, Manuel, Clarisa y Sabino. Tanto mis abuelos como mis padres se dedicaban a trabajar el campo, tarea en la que los niños les ayudábamos. Durante esos años fui al colegio público de mi ayuntamiento, hasta que a los nueve años mi familia me envío a vivir a la ciudad a casa de un familiar en la calle Arenal.

Aquí empecé mis estudios en la Grande Obra de Atocha, donde estuve hasta los quince años, edad a la que entré en la Escuela del Trabajo para lograr el título de mecánico ajustador. Al terminarlos, fui a Santiago para hacer Maestría Industrial, tras lo que empecé Peritaje Industrial en Vigo, aunque solo pude hacer dos años porque para mi familia suponía un gran sacrificio a pesar de que recibía una ayuda.

Al volver a la ciudad hice la mili en el Gobierno Militar y al terminarla me fui a trabajar a Alemania, donde viví con otros tres jóvenes naturales de Tabeaio con quienes coincidí durante el viaje. Allí estuve trabajando cinco años en la empresa Volkswagen y entre los cuatro ahorramos para comprarnos un coche con el que nos vinimos de vacaciones a España el primer año. Pero al llegar, no nos dejaron pasar el vehículo porque entonces era obligatorio haber pasado más de un año en el extranjero, por lo que decidimos dejarlo en Francia en un descampado. Al volver, nos lo encontramos precintado y optamos por abandonarlo para no tener más problemas.

Durante esa época me casé y mi mujer también se fue a Alemania, donde trabajó en la Telefunken. Allí nació nuestro primer hijo, Ángel, y a los dos años regresamos a la ciudad donde nos instalamos en la calle Cardenal Cisneros. Empecé a trabajar en el concesionario de automóviles de Eduardo Palacios en Perillo, tras cuya muerte abrí con mis amigos Emilio Martínez y Enrique Martorell la empresa Motor 7, en la que trabajamos hasta nuestra jubilación y que fue la organizadora de la primera prueba de Trial Indoor de A Coruña.

Durante mi infancia y juventud disfruté todo lo que pude con mi pandilla del barrio, formada por David, Manolo, Luis, Ángel, Jesús y Manuel. Entre nuestros juegos estaban las carreras con carritos de madera por la cuesta de Santo Tomás, aunque lo que más nos gustaba era ir al cine, al que al principio íbamos al Hércules, donde lo pasábamos fenomenal.

Cuando tenía vacaciones, trabajaba en cualquier sitio, como en el bar Priorato, junto con mi amigo Fernando, que era hijo del dueño, Severino Grobas. Allí un día se nos dio por mezclar vino del Priorato con otro de Jerez que gustó tanto que durante muchos años fue muy solicitado. Trabajábamos desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche, aunque María, la cocinera, nos daba muy bien de comer y las propinas que nos daban los clientes nos permitían pagarnos los vicios.

Muchas veces iba a buscar los cacahuetes que se servían en el bar a una tienda de la calle del Orzán y me ponía las botas comiéndolos hasta que llegaba al bar. En algunas vacaciones también trabajé en Ollitos, una fábrica de confección de la calle Pardo Bazán en la que hacía recados y donde ponía en las prendas con un tampón de tinta la marca de la empresa.

Testimonio recogido por Luis Longueira