No sé si han escuchado alguna vez a John Prine y se han conmovido con sus canciones o, probablemente, John Prime forme parte de cierto anonimato de las emociones fuera de Estados Unidos donde era venerado por los grandes, Bob Dylan y Kris Kristofferson, entre ellos. Prine forma parte desde el martes, en que murió en Nashville, de la nómina de víctimas que el coronavirus arrastra entre los que ya se encuentran padeciendo largas y penosas enfermedades.

Antes, mucho antes, de hacerse viejo y que le extirpasen un tumor de cuello, había escrito con un sentido extraordinario de la anticipación Hello in there, una desgarradora evocación de la vejez y de la soledad. Figuraba en su primer álbum, de 1971, apenas tenía 25 años. "Ya sabes que los viejos árboles se vuelven más fuertes/ Y los viejos ríos crecen más salvajes cada día/ Las personas mayores se vuelven solitarias/ Esperando que alguien les diga: 'Hola, hola". Prine era distinto a cualquiera ¿Quién a esa edad escribe algo así?

Los viejos, y no me incluyo en la categoría por respeto a los que me superan en años, han empezado a sentir la criba de la selección justo en el momento en que se deciden vidas y muertes. Es algo que una sociedad avanzada no puede permitirse, ni siquiera en sus peores circunstancias. Pero hemos leído estos días historias pavorosas sobre ello. La penúltima procede del informe del Ministerio de Sanidad, que considera inaceptable el uso del criterio de edad por parte de la Generalitat, que desaconsejaba a su Servicio de Emergencias utilizar la ventilación mecánica para los pacientes octogenarios de coronavirus. Al parecer, para el supremacista Torra no merece la pena perder el tiempo ni los recursos con los ancianos, lo que encaja perfectamente con su idea de que hay ciudadanos de distinta condición solo por su pertenencia: a una patria o una edad.

"Hola, hola", gracias John Prine.