Cuando las puertas del Palacio de la Ópera estaban abiertas, los días de Dima Slobodeniouk se le escurrían entre los dedos. Cuenta que solía trabajar 12 horas, siempre con la batuta en la mano y "la música en la mente", parando apenas entre los largos ensayos, los conciertos y las reuniones para resolver los problemas de lo que, dice, al final es como "una empresa". El 14 de marzo, con el anuncio del estado de alarma, creyó que era el momento para respirar. Sobre el papel todo apuntaba a que "tendría que tener más tiempo", "pero en la práctica tengo mucho menos", confiesa el ruso, director desde hace siete años de la Sinfónica de Galicia.

Desde que inició la reclusión, su trabajo se ha reducido a ese "40%" de lo que era su rol en el grupo: "planear". Pero a ello se ha sumado una carga extra, sus dos hijos pequeños. Su mujer, docente en A Coruña, y él han ideado "unos turnos" para mantenerse en activo y al mismo tiempo poder "cuidarlos y limpiar la casa". Para Slobodeniouk cuadrar agendas está resultando "lo más duro", además de no poder subirse al escenario, "una cosa que haces cada día y que, cuando resulta imposible, te das cuenta de todo lo que significaba".

Pero el trabajo en la Sinfónica no era todo oro, y el músico agradece algunos aspectos del parón. Sobre todo en cuanto a viajar, algo que hacía "demasiado", y que ahora, con el confinamiento, ya no es una posibilidad. Echar durante un tiempo raíces le está dando al ruso "más paz de espíritu", y está fusionando facetas de su vida que antes no se tocaban. Slobodeniouk, que por saturación "nunca quería escuchar música en casa", se ha sorprendido estas semanas descubriendo nuevas composiciones, y organizando sesiones de Beethoven para toda la familia.

Cada tarde, ya con los deberes hechos y las partituras guardadas en la carpeta, envuelve su hogar en Oleiros las sonatas del artista. Lo escuchan también Boris, de 7 años, y Misha, de tan solo 11 meses, que obliga a "buscar el momento" para no fallar en este peculiar maratón diario. En total lo componen 22 piezas y, por lo que prevé el músico, les dará tiempo a oírlas todas. "No hay muchas más opciones. También tenemos un poco de zona verde, y podemos estar fuera con los niños, pero es todo muy básico", detalla.

El aire fresco hace que Slobodeniouk no se sienta aún "encerrado". Conserva el humor y dice que está bien en su "castillo", y especialmente en su nuevo reino: la cocina, donde ha empezado a apostar por una comida "más natural" y se ha alejado de los menús rápidos del tiempo en el auditorio. Por su ventana sale ahora el aroma del caldo y el pulpo, sus primeros intentos con la gastronomía de la comunidad. El director está "aprendiendo a cocinar platos gallegos", y ya tiene a otro octópodo "esperando su turno en la nevera", aunque con los callos que tanto le gustan, dice, todavía no se ha atrevido.

"Me gusta mucho cocinar, pero normalmente no tengo tiempo. Estas semanas lo estoy haciendo y está siendo muy positivo y bueno para mi cabeza", asegura. También le saca una sonrisa su hijo mayor, con el que hace artesanía como "vasos de madera", para los que ya ha comprado "algunas herramientas". Trabaja con ellas sentado porque tiene "una inflamación en un pie desde hace un mes", y lamenta que el aislamiento esté "empeorando" su "forma física".

Para cuando deba ponerse de nuevo frente al atril, aguarda estar al 100% de sus capacidades. Slobodeniouk tiene "muchas ganas" de reunirse con sus músicos, con los que sigue manteniendo el contacto a través de videoconferencias. Reconoce que le falta poder "comunicarse con el público", al que espera poder ofrecer un concierto especial cuando la cuarentena acabe. La actuación es por ahora solo un proyecto embrionario, uno de los muchos de la Sinfónica, que mantiene por el momento todos sus planes de la temporada.

"Hay cosas que revisar, pero actualmente todo sigue en pie. Si podemos volver en mayo o en junio, eso es lo que haremos", afirma el director. Admite que el periodo de inactividad afectará al grupo, porque "una orquesta es más que la suma de sus músicos. Es interacción, y eso no se puede ensayar". Pero confía en que las ganas lo compensen, y también su batuta, con la que espera unir de nuevo a lo que ahora es, de forma forzada, un archipiélago de artistas.