El jurista Enrique Múgica, exministro de Justicia entre 1988 y 1991 y años después Defensor del Pueblo, no era un socialista en cuyo espejo puedan mirarse los actuales dirigentes del PSOE y verse reflejados. Para ello tendrían que tener otra visión política y democrática distinta de la que, en general, exhiben con dosis elevadas de miopía y sectarismo. Y, desde luego, renunciar a la equidistancia adanista que mantienen entre el amargo recuerdo de los asesinatos infligidos a sus compañeros por ETA y sus cómplices.

En la penúltima Navidad, a los Múgica, con Fernando, asesinado en 1996, no les pareció ejemplar la foto de la secretaria general del PSE, Idoia Mendia, brindando con un ser como Otegi, que jamás ha tenido la decencia de disculparse con las víctimas de la banda terrorista. Primero se quedaron paralizados y después se les revolvió el estómago; ellos mismos lo confesaron entonces en medio del su estupor. Ahora debe de estar sucediendo otro tanto al leer o escuchar a Mendia reivindicando el legado del político fallecido. No hay que olvidarse que Enrique Múgica es autor de las palabras más duras, "ni olvido ni perdono", que durante décadas formaron parte del glosario de la lucha contra ETA. Me imagino que, igual que al resto de la familia, tampoco le habría parecido reconfortante ver cómo su partido, años después de una larga lucha y con el saco repleto de víctimas, pactaba en Navarra con los bilduetarras.

Múgica, militante antifranquista y con una formación intelectual muy superior a la media de los políticos -no hablo ya de los de la talla de Ábalos- participó del grupo que, tras Suresnes, condujo al PSOE hacia la modernidad. Como Defensor del Pueblo tuvo tiempo de oponerse al Estatuto de Cataluña y recurrir contra él en el Tribunal Constitucional. Era un hombre de consenso y de diálogo con los adversarios pero jamás se le ocurrió negociar con la dignidad en juego.