Nací en el hospital de Santiago, pero hasta los seis años me crié en Rus, en el municipio de Carballo, donde había nacido mi madre, María, mientras que mi padre, Silvestre, era natural de Sofán. Mi primer colegio fue el de mi parroquia, al que también fueron mis hermanos Ricardo, Manolo y María Dolores. Mi padre se dedicó a trabajar en la construcción, mientras que mi madre lo hizo al cuidado de la familia hasta que nos hicimos mayores, momento en que se decidió a marchar a Alemania con una primar suya a trabajar en una fábrica de repuestos para automóviles.

Cuando tenía seis años mi familia se trasladó a la ciudad y se instaló en una casa de la calle Santo Tomás donde viví hasta que me casé, momento en que me cambié a un piso de la misma calle. Posteriormente me trasladé al barrio de Os Rosales, donde vivo en la actualidad con mi mujer, María Dolores, y mis hijas Tania y Mónica.

Mi primer colegio en la ciudad fue el Curros Enríquez, que poco antes había albergado la fábrica de armas, donde estuve hasta los doce años. Luego pasé al instituto Masculino, donde terminé el Bachillerato y después hice la rama de Electrónica en una escuela en horario nocturno.

Ya en el instituto aprovechaba los veranos para trabajar como camarero en el Atalaya, en los jardines de Méndez Núñez, y en La Terminal, situada en el Kiosco Alfonso, y de recadero en la farmacia León, de la calle San Juan. Cuando empecé a estudiar electrónica trabajé de aprendiz en la empresa Beade, en la calle Costa Rica, donde estuve luego unos años, hasta que marché a Wences, en Os Mallos. Tres años más tarde pasé a Mareba, la primera empresa coruñesa hizo importaciones de electrónica de consumo doméstico, y dos años después trabajé en el bazar Andorra. Cuando me casé decidí independizarme y con unos amigos abrí la empresa Delta Oriental, dedicada a la electrónica de consumo, en la que llevamos trabajando casi cuarenta años.

Mis primeros amigos fueron vecinos de mi calle, como José Manuel, Sera, Luis, Julio, Ángel, Julito, Cristina y sus hermanas, con quienes jugaba en los alrededores de Santo Tomás, como el Campo de Marte, Vereda del Polvorín, Ángel Rebollo, el Campo de la Luna y el Campo Coruña.

Para hacer carreras con carritos de madera por las cuestas del barrio, teníamos que comprar las ruedas de acero, las puntas y las tablas, por lo que recorríamos las casas en ruinas para recoger todo lo que valiera algo y venderlo en la ferranchina de Balbina, donde nos compraban de todo, como trapos viejos, y suelas de goma de zapatos. También íbamos a descargar cajas de papel a un almacén de Santo Tomás sin que se enteraran nuestros padres y con lo que nos daban nos íbamos a jugar al futbolín o al cine, sobre todo al Hércules, en el que había un gran ambiente, y cuando nos hicimos mayores al Rosalía de Castro, Kiosko Alfonso, Goya y Coruña.

Empecé a jugar al fútbol en el equipo del colegio Curros Enríquez y luego en el San Juan, de la calle del mismo nombre, cuyo presidente fue Manuel Lugrís, hoy expresidente del Club del Mar. Tres años más tarde entré en el Deportivo y luego en el Fabril, hasta que con dieciocho años me llamaron del Baio para jugar la Liga de la Costa, en la que estuve hasta los veintisiete años. En ese equipo tuve grandes compañeros, como Braulio, José Manuel, Sindo, Tasende y Juan, con quienes fui campeón de Liga y Copa en la temporada 82-83. Al retirarnos de este deporte pasamos al fútbol sala, en el que jugué hasta los cincuenta y tres años.

Como en mi juventud en verano solía ir a la playa con los amigos, hacíamos pachangas de fútbol para pasar el rato y creamos la peña Mascato para competir en la playa del Orzán durante muchos años.

Testimonio recogido por Luis Longueira