Al mediodía, alubias pintas a la jardinera y tortilla paisana con ensalada mixta. Por la noche, guisantes salteados con beicon y albóndigas de pescado con patatas fritas. Cada uno de estos menús, con sendos postres en la comida y la cena, fueron la alimentación que este lunes recibieron en el Palacio de los Deportes de Riazor las personas sin hogar que desde el pasado mes pasan la noche a escasos metros, en el Frontón, para poder estar bajo techo en la cuarentena del coronavirus. En la atención a estos ciudadanos que por diversas circunstancias no tienen vivienda y en algún caso han tenido que recurrir a la mendicidad hay muchas manos amigas durante estos días, desde personal municipal de Servicios Sociales a voluntarios de Protección Civil, sin olvidar a quienes cada día les preparan una comida con la que alimentarse debidamente. Desde hace casi un mes se encargan de ello Pilar Pato, Amparo Suárez y Bartolomé Bart Barros.

"Llega un momento en que hasta hay pequeños gestos de complicidad, unos pocos segundos en los que oyes que una persona te dice que lo que ha comido o cenado estaba muy rico", cuenta Barros, quien cada día se desplaza tres veces al Palacio en un furgón isotermo para llevar el desayuno, la comida y la cena a los usuarios del recinto, transformado temporalmente con el Frontón en un albergue de 76 plazas.

Pilar y Amparo llevan más de diez y cinco años respectivamente trabajando en el comedor social del centro cívico de Monte Alto, donde con la ayuda de Bart desde marzo (y del joven cocinero Manuel los fines de semana) preparan los menús. Durante el año cocinan unos 80 diarios para personas mayores, dependientes o con diversidad funcional de distintos colectivos que acuden al lugar, pero en las últimas semanas tienen que hacerlo para casi 250 al día. Además preparan bocadillos para otras 15 personas sin hogar que no han querido dejar la calle y a las que se les entrega todos los días en el lugar donde acostumbran a pasar la noche.

"Hacemos una comida casera variada y sana con aportaciones nutricionales que cumple lo que indica la pirámide nutricional. Nadie se aburre de lo que come y no hay quejas", dice Pilar Pato, que en las tiendas de alimentación de la zona llena la despensa cada semana. "Cocinamos de todo y como si estuviéramos en casa: legumbres, arroz, carne, pescado, pasta, verduras... Nos organizamos muy bien al hacer la compra y escoger los menús, funcionamos como una máquina de relojería suiza", presume.

A su lado, Amparo Suárez, con amplia experiencia en hostelería antes de llegar al comedor de Monte Alto, explica que aunque el menú es el mismo para todos los usuarios del Frontón y el Palacio, a algún musulmán, por sus creencias, hay que quitarle la carne de los platos, o a alguna otra persona hay que triturarle la comida o privarla de los postres por culpa de la diabetes. "En más de veinte días creo que no hemos repetido menú ni una vez", dice.

Bart Barros, con 22 años de trabajo a sus espaldas en hoteles, restaurantes, residencias y campamentos, destaca que él y sus compañeras cocinan "con el mismo cariño para todo el mundo": "Trabajo de la misma manera para unos críos que como si tuviera que cocinar para el Rey, o en este caso para quien no tiene hogar".