Se vaciaron las calles y se llenaron las listas de voluntarios deseando ayudar a los mayores y a aquellos que no podían moverse para hacer su confinamiento un poco más llevadero, y plantarle así cara al coronavirus desde el activismo. En tan solo unas horas, tras el anuncio del decreto de alarma „el primero de quince días, después vinieron más„ el Concello contaba con 500 personas, mil manos, dispuestas a llevar comida, a hacer recados, a ir a la farmacia y a visitar a aquellos para los que la cuarentena significa algo más que quedarse en casa esperando a que se acabe el día.

Se cerraron los parques y las playas y los más pequeños se vieron obligados a ver su infancia pasar desde la ventana, con suerte, algunos pudieron ver a los coches de la Policía Local diciéndoles que lo estaban haciendo genial, que eran "unos campeones" y que siguiesen portándose así de bien, porque ya quedaba menos para volver al colegio. Para entonces, nadie sabía, pero muchos imaginaban, siguiendo el ejemplo de Italia y de China, que el confinamiento no iba a ser cosa de quince días, después vinieron otros quince, más restrictivos, con la paralización de las actividades no esenciales y quedan, al menos, otros quince más, tampoco los últimos, ya que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, pedirá una prórroga más al Congreso de los Diputados, para extender la cuarentena, al menos, hasta el 11 de mayo.

Se quedaron los coches aparcados en casa y las calles amanecieron casi desnudas de tráfico, también los parques y el paseo, sin niños ni runners, y empezaron a pasar los vehículos de la Unidad Militar de Emergencias, porque en este mes ha cambiado mucho la ciudad. Se parece más a un 1 de enero que se repite una y otra vez, con las terrazas recogidas y los negocios cerrados, solo que al día siguiente, no habrá que sacudirse la resaca y seguir con la rutina, porque volverán a estar igual, como si, otra vez, perdiese el Deportivo un partido importante y todo el mundo se metiese en casa, porque nadie tiene ganas de fiesta y no hay nada que celebrar.

La concejala de Medio Ambiente, Esther Fontán, asegura que el confinamiento está cambiando los hábitos de la ciudad. "Se han reducido los residuos orgánicos e inorgánicos. Al no haber actividad comercial, el cristal y el cartón se han reducido también de una manera importante y no se están depositando residuos voluminosos en la calle", explicaba en una entrevista en este diario, en la que recalcaba que, durante este periodo, el Concello estaba desinfectando equipamientos desde "las siete de la mañana" hasta pasada la medianoche.

En este periodo, en el que la ciudad se tuvo que preparar para combatir a un enemigo invisible, se tomaron medidas excepcionales, como suspender la ORA o abrir un albergue para las personas que no tienen hogar y que, de este modo, están cuidados y alimentados por si, en algún momento hay un contagio, para que el paciente esté en las mejores condiciones posibles para superar la enfermedad.

El tráfico se redujo, según explicaron fuentes de la Policía Local, al ritmo de un domingo, todavía menos en estos últimos quince días, en los que solo estaban permitidas las actividades esenciales. La avenida de Alfonso Molina soportó en la segunda quincena de marzo, desde la entrada en vigor del estado de alarma, un 76,28% menos de vehículos en dirección entrada a la ciudad respecto a los primeros quince días del mes anterior, un porcentaje similar al experimentado en la ronda de Outeiro y también en la avenida de Arteixo, todas ellas con una pérdida de tráfico superior al 76%.

El aeropuerto de Alvedro también se ha tenido que enfrentar a la crisis del coronavirus y a que sus estadísticas rompan la tendencia alcista y caigan en picado, como las de sus competidores. La temporada de verano está, nunca mejor dicho, en el aire, a la espera de la evolución del coronavirus y de lo que dicte el Estado al respecto. El confinamiento y el casi cierre del aeropuerto deja en segundo plano los desvíos y las mejoras en la aproximación a la pista.

No solo la actividad comercial y el tráfico se vieron afectados durante este primer mes de confinamiento. Estampas como las de La Solana, con sus sombrillas y las instalaciones atestadas, el ir y venir de bicicletas, buses urbanos en los que no cabe un alfiler o los planes a medio hacer para el verano y San Juan se han quedado anotados en la página del 15 de marzo, esperando a que todo vuelva a la normalidad. Mientras, los que no se pueden permitir parar han intentado adaptarse a la situación y protegerse como han podido. Hay mamparas en los centros sanitarios, en los supermercados y estancos, y la vida sigue para los transportistas que no se pueden unir al #yomequedoencasa porque si ellos paran, hay desabastecimiento en las tiendas.

Con toda esta situación, donde evitar el contacto con los demás es sinónimo de proteger y protegerse, hubo quien se saltó las normas, quien salió a pasear al perro más veces de las recomendadas, quien se quiso esconder de los agentes cuando había salido a correr... Algunos no solo recibieron una multa sino que fueron arrestados.

Esta pandemia ha dejado mucho más que imágenes insólitas, también un hospital de campaña sin estrenar en Expocoruña y, ayer, tres muertos más en las instalaciones del Chuac.

Playa de Riazor y Orzán. Las playas de Riazor, Orzán y Matadero amanecen ahora desiertas cuando antes se llenaban de bañistas dispuestos a aprovechar los primeros rayos de sol. Los arenales son los escenarios de fiestas como San Juan y el festival Noroeste que, actualmente, están todavía sin definir, a falta de lo que decidan las autoridades sanitarias sobre la celebración de actos multitudinarios.

Los parques, sin risas. Los parques infantiles son uno de esos sitios en los que más se nota que la población no está haciendo su vida normal. En estos primeros días de primavera, los parques y columpios solían llenarse de familias con sus miembros más pequeños. En la imagen, el área del juegos de la plaza de la Tolerancia, antes y después del decreto de alarma.

El deporte, en casa. Se quedan también para el recuerdo las imágenes de los días en los que no había ni un sitio libre en Riazor ni en sus alrededores, por el fútbol o por cualquier otra actividad. Las instalaciones deportivas están cerradas y no se permite entrenar al aire libre, de modo que, mientras dure la cuarentena o no se produzca la desescalada de medidas, el ejercicio, por ahora, solo en casa. El Concello comparte en sus redes vídeos con rutinas.

Menos vehículos, más silencio. El tráfico se ha reducido sustancialmente en la ciudad durante el periodo de confinamiento y, sobre todo, durante los quince días en los que solo se permitió la actividad esencial, de modo que, a pesar de que no se cobra la ORA, sobra sitio para aparcar en las calles y se pudieron ver imágenes como la de la rotonda de Matogrande, siempre atestada con buses y estudiantes del Liceo, en completo silencio.

Sillas y mesas recogidas esperando volver. Las terrazas son ahora la esperanza de los locales de hostelería, que aguardan a que se apruebe lo antes posible la autorización que les permita volver a abrir sus puertas, aunque sea solo durante una horas y con la limitación de que sus clientes deben respetar la distancia de seguridad entre ellos.

Sin turismo y casi sin puertas abiertas. La calle Real, que es uno de los emblemas comerciales de la ciudad, se ha visto despojada también de sus paseantes, los que antes se pasaban el domingo de un lado a otro, entrando en alguna tienda o comiendo algún pastel. Tampoco llegan los cruceristas, que prácticamente se encontraban todo a medio abrir, ni los que habían planeado su ruta por tierra. La calle Real tiene ahora casi todas sus puertas cerradas.

Viajes esenciales. La avenida de Alfonso Molina es algo más que una arteria de entrada y salida a la ciudad, es también el camino que lleva al Coliseum y a sus conciertos y la vía que recorre la línea universitaria varias veces a la hora durante el curso universitario. Algunas clases se han adaptado para ser impartidas de forma telemática, así que, se han reducido los viajes y se han pospuesto o siguen en el aire los espectáculos.

Las sombrillas tendrán que esperar. Igual que las playas, las tumbonas y las sombrillas de las instalaciones de La Solana eran un buen indicador del bronceado que podría verse en verano por las calles. Habrá que esperar, ya que, por ahora, ni sol ni solarium. Las dependencias de La Solana se mantienen cerradas, al no estar permitida su actividad todavía.