La realidad en los campos de refugiados también ha cambiado. Y, aunque parecía imposible, es "todavía peor" de lo que era. Lo revela el coruñés Pablo Fernández, que junto con su mujer se encuentra en el campo de Malakasa, en Grecia. "La situación es muy delicada. Lo es en todo el mundo, pero para los refugiados más porque ya se encuentran en un momento difícil", expone.

La crisis de los refugiados de 2015 llevó a Pablo Fernández a instalarse en territorio griego. "Veníamos para echar una o dos semanas, pero la situación era tan difícil que fuimos posponiendo nuestra vuelta. Y aquí seguimos", cuenta.

Junto a su mujer, ha pasado ya por varios campos, pero su ayuda llega ahora a los refugiados de Malakasa, donde hay 1.700 personas de nacionalidad afgana y cerca de un centenar de iraníes, además de pocas decenas de otras nacionalidades. "Ha sido el segundo que Grecia ha puesto en cuarentena", detalla. La medida se tomó cuando se detectaron tres positivos. Ahora ya hay nueve. "Y probablemente haya más. No todo el mundo respeta o entiende el confinamiento, y ya hemos visto a infectados paseando por los alrededores del campo", señala.

Antes de la cuarentena, cuenta Pablo Fernández, "los refugiados podían salir, hacer sus compras, o dar un paseo". "No es un campamento completamente cerrado porque es para personas que están a la espera de que su solicitud de asilo sea aceptada o no. Ahora nadie entra y nadie sale, solo los que tenemos autorización", relata.

El coruñés, que trabaja con la ONG Remar, se encarga de repartir "todo tipo de enseres de primera necesidad como ropa, calzado o pañales". "También gestionamos una lavandería y un comedor social que funciona como lugar comunitario", añade, a la vez que recuerda que "esta actividad se ha parado por el coronavirus".

Los refugiados se encuentran confinados dentro de sus casas y, dos veces por semana, reciben los productos que necesitan para su día a día. También Pablo Fernández y su mujer han cambiado su rutina. "Aunque el confinamiento en Grecia es más flexible que en España, solo salimos para ir al campo", asegura.

En Malakasa siempre han contado con seguimiento médico, pero, sobre todo, para "cosas menores". "Lo grave se suele derivar a los hospitales públicos de Atenas. Ahora, debido a la nueva situación, se han instalado médicos de manera fija", explica.

La escasez de productos es otro problema al que se enfrentan estos días. "Está todo parado. No hay donativos y tenemos que comprarlo todo aquí. Se hace muy cuesta arriba", confiesa. Tampoco llegan voluntarios, por lo que solo hay cuatro personas trabajando ahora en este campo de refugiados. "Repartimos mascarillas y guantes a los infectados y sus familias; guantes al resto de personas y nosotros tenemos las cosas muy racionadas. No hay Equipos de Protección Individual para todo el personal", concluye.