A Manuel Vilariño le gusta pensar que no solo él está recluido. También lo están sus obras, que imagina aisladas en centros cuyo arte ya nadie puede disfrutar. El océano que capturó para su última muestra en A Coruña resuena ahora en la oscuridad de la galería Vilaseco, al igual que las aves que fotografió para la Iglesia de la Universidad de Santiago. "Han confinado el mar y los pájaros, y a mí también", asegura el creador, Premio Nacional de Fotografía.

A lo que el virus no ha podido poner puertas es a su creatividad. El coruñés continúa levantándose todos los días con el alba, para dar un paseo por las fincas que rodean su casa en Bergondo. Cada mañana, a las 6.30 o 7.00 horas, se le puede ver junto a "los árboles, mi compañía", con la cámara en la mano o un lápiz. Como muchos otros artistas de la urbe, Vilariño ha aprovechado la cuarentena para experimentar, y seguir creando por vías que todavía, a pesar de sus 67 años, no había explorado.

Desde que está en confinamiento, ha empezado a escribir haikus, pequeños poemas sobre "el silencio y el paso del tiempo". Cuenta que ha tenido que aplazar su proyecto sobre los pájaros, a los que ya no puede acceder, pero que la reclusión le ha valido para retomar las naturalezas muertas que tenía aparcadas. El creador asegura estar en un momento "mucho más creativo", porque puede gozar de "una vida interior sin las inconveniencias de tener que ir a ningún lugar". El mismo sentimiento confiesa Jano Muñoz desde su estudio en Monte Alto, donde cree haber encontrado la veta para el desarrollo de "una nueva línea" en su trayectoria artística.

El pintor llevaba una larga temporada retratando árboles cuando la cuarentena cortó sus paseos. "Esperaba la primavera como agua de mayo, y me topé con esto. Pero ahora estoy creando yo los ejemplares" explica. Su bosque crece en una tabla estucada de gran formato, en la que dibuja "tirando" de los "datos técnicos" que ya tenía. "La vida condena tus obras, y este estado extraordinario se nota en la mía. Los ambientes son más románticos, el trazo más agresivo... Las últimas que estoy haciendo quizá sean mis piezas más interesantes", asegura.

A pesar de que le falta, como dice, "la tónica del mar" y el "escape del monte", siente que la cuarentena ha sido para él una autopista. Considera que en ella se le han unido muchos creadores, y que "lo que salga de esta época" en el sector será "una obra importante", porque "los peores momentos, suelen ser los mejores en el estudio". Diego Cabezas, escultor afincado en Barcelona, parece ser un ejemplo de la regla. El artista ha encontrado en sus obras una salida a la angustia de la emergencia sanitaria, que ha volcado -por primera vez dejándose influir por la actualidad- en la pieza de un hombre que gira sobre sí mismo, encerrado.

El escultor coruñés Diego Cabezas representa la cuarentena

El escultor coruñés Diego Cabezas representa la cuarentena

Se trata de la tercera que ha hecho, aunque ya tiene varias más preparadas. Admite que estos días trabaja "un poco menos", pero sin pausa, porque "entiendo la vida dedicándome a esto y nunca paro de tener ideas". Su taller "es sagrado", una burbuja entre el ruido de la familia, y el espacio en el que está dejando florecer una faceta que tenía silenciada. Con el tiempo extra que le ha dado la reclusión, el artista se ha iniciado en la pintura, una disciplina que siempre había mirado de reojo y que ahora usa para esbozar caras y paisajes de tintes abstractos.

Cuando no está con el pincel, le toca al turno al hierro, que retuerce como si fuera regaliz entre soldaduras. Le preocupa qué hará en el momento en el que se le termine, dado los límites en la movilidad para conseguir más, aunque por ahora todavía le "queda un poco". "Dos o tres planchas" de metal tiene en su taller Soledad Penalta, pero no cree que vaya a darles demasiado uso. La coruñesa está en un "bajón creativo", "con la sensibilidad herida por todo el horror de esta situación", y confiesa que estos días su trabajo está más sobre el tractor que ante la escultura.

Mientras lidia con el impasse, la creadora lee, corta la hierba y limpia su estudio, siempre patas arriba por el material pulido con el que trabaja. Cuenta que antes de "desmoronarse" terminó dos figuras sobre el Camino de Santiago, y un encargo de la Asociación de Escritoras e Escritores en Lingua Galega sobre "el poder del idioma", pero que la fuente de las ocurrencias se le ha secado. Tono Correa Corredoira -"non me poñas Xabier, Xabier morreu. Tono é como me chamaba a miña nai, e quero retornar ao meu nome de neno"- no tiene que generar nuevas, porque su arte sigue bebiendo de un acontecimiento que le "marcó" la vida. En 2019, el coruñés viajó a Namibia para colaborar con el Museo del Mar de Lüderitz, y hoy, en su confinamiento, continúa pintando con el "estilo africano" que tanto le arañó el alma.

"Isto da creación trátase de entrar en mundos, e o principal son as habitacións máis escuras do sangue, como dicía Camarón. Pero ás veces te atopas algo de ti en cousas alleas, e iso é o que me pasou en África", relata o artista. Corredoira realizó allí una rosa de los vientos, como la que firma a los pies de la Torre de Hércules, y se llevó apuntes sobre los que hace bocetos en su aldea de Oza Cesuras. En el confinamiento son cinco, "dous adolescentes" y su mujer Celia, con la que sueña regresar al país de la sabana para inaugurar el centro al que ha contribuido.

La apertura estaba prevista para finales de agosto, pero se aplazó por el Covid-19, como muchos otros de los proyectos que tenía. También Yolanda Dorda ha dicho adiós a "muchas exposiciones y encargos", aunque sigue al pie del cañón con su trabajo para Vogue Alemania. Sus grandes retratos en óleo han quedado en su estudio, y ha tenido que adaptar su creatividad al nuevo espacio, en el que está "en fase de investigación" para su próximo proyecto. A través de recortes, la coruñesa crea sus propias caras digitales, y las dota de la "connotación erótica" que maneja para la revista.

Al principio, el confinamiento la cogió con el pie cambiado, pero ahora va "cogiendo ritmo". Más difícil ha encontrado Alberto Vázquez aclimatarse, porque desarrollar una película es difícil desde el salón. Justo en marzo había alquilado un estudio en la Ciudad Vieja para desarrollar Unicorn War, "una versión bastarda de Apocalypse Now" en animación tradicional, en la que narra "la guerra de dos hermanos por el amor de su madre" por medio del conflicto entre "los unicornios y una civilización de ositos de peluche". Apenas diez días pudo trabajar en ella antes de volver a su casa, donde se desespera por coordinar la preproducción con un equipo de ocho personas, y teme el día en el que „si la situación se prolonga„ "seamos cerca de 30".

En sus encargos para revistas, se tranquiliza con su faceta de dibujante solitario, la misma que maneja Pepe Barro como diseñador. El responsable entre otras de la identidad corporativa da Universidade da Coruña echa "moito de menos á filla, que antes víaa moito, e aos amigos", pero, más allá de eso, el confinamiento no ha cambiado su trabajo. Sí nota que pasa más tiempo frente al monitor, donde se afana por elaborar una guía de turismo de Galicia y espera a que se imprima Luz e dignidade, un libro sobre el monumento a los muertos de O Portiño de Pepe Galán. También se vuelca en varios nuevos suplementos para prensa, entre ellos un cuaderno de verano porque, dice, el calor llegará, incluso aunque no lo parezca.

Optimista e igual de serena se muestra Ángela de la Cruz. "Soy una persona generalmente práctica y positiva. Encuentro algo en cada situación", asegura la Premio Nacional de Artes Plásticas y candidata al Premio Turner en 2010 desde su hogar en Londres. El coronavirus ha paralizado sus muestras en la capital británica, además de en Oslo, Valencia y Jalisco, pero prefiere quedarse con el lado brillante. "Hago muchos dibujos e investigación, me divierto aprendiendo y estoy trabajando con una cámara Polaroid. El mundo exterior me inspira y me encantan las calles y la ciudad, pero este aislamiento me ha dado una visión completamente diferente de la vida".