Desde que hace algo más de un mes se anunció la entrada en vigor del Estado de Emergencia, el presidente del Gobierno comparece cada semana para proporcionarnos datos sobre el curso de la singular pelea que mantiene con la pandemia del coronavirus. Y lo hace con el gesto cauteloso del boxeador (de buena planta eso sí) que tiene la "mandíbula de cristal" y teme que el oponente le propine un golpe que acabe de dar con él en la lona durmiendo el sueño de los justos. Un final de trayecto político que le gustaría mucho ver a buena parte del público que rodea el cuadrilátero y a su infatigable coro de animadores radiofónicos. De esos que no dudan en atribuirle a Sánchez los miles de muertos y los miles de infectados por la pandemia. Una curiosa forma de argumentar mientras se abstienen de señalar con el dedo a dirigentes mundiales como Donald Trump, Jair Bolsonaro o Boris Johnson que alardean de no darle importancia al virus e incluso presumen de despreciarlo en sus comparecencias públicas. El caso es que, don Pedro Sánchez, que no debe de estar muy seguro de sus fuerzas, recurre a toda clase de tácticas dilatorias para obviar el cuerpo a cuerpo y se refugia en el esquema polémico que le han diseñado sus asesores en comunicación con declaraciones sin público presente (como acabarán por aceptar los equipos de fútbol) y contestaciones a distancia de preguntas previamente filtradas. Una táctica que no es novedosa porque ya la utilizaba don Mariano Rajoy para evitarse preguntas enojosas con aquel invento del plasma que tanto se le reprochó. "Nada nuevo bajo el sol", habría que decir parafraseando al clásico. En previsión del enrarecido clima político que se empieza a dibujar para la declaración del final de la pandemia, la prudencia de Sánchez es comprensible. Un final escalonado es seguramente mucho más difícil de gestionar que la propia declaración del Estado de Emergencia que supuso el confinamiento de millones de personas. Con admirable disciplina social, la ciudadanía aceptó la orden y las sucesivas prórrogas que la siguieron, pero ahora llega lo más complicado, porque el Gobierno ya anunció la liberación temporal de los niños hasta 12 años a partir del 27 de abril. Tener bajo arresto domiciliario al sector más inquieto y vivaz de la familia parecía una incongruencia, sobre todo si lo comparamos con la autorización a los dueños de cánidos de bajar a la calle tres veces al día para evacuar sus perentorias necesidades fisiológicas. La forma en que el Gobierno (y sus misteriosos asesores) haya previsto la salida a la calle de miles de niños es una incógnita, aunque a nadie se le escapa que manejar esa tropa tiene su arte como muy bien sabe el profesorado. Recordando sus años de estudiante, don Pío Baroja escribió esta luminosa frase para describir el día final de curso antes de las vacaciones veraniegas: "Ha terminado el tiempo de la escuela, ha llegado el tiempo de vivir". Estos días leeremos muchas citas eruditas sobre la infancia. Desde el "Dejad que los niños se acerquen a mí" de Jesucristo hasta las Aventuras de Guillermo de Richmal Crompton, pasando por la versión infantil de El Quijote. Crucemos los dedos para que no pase nada.