El lunes tiene el amanecer más difícil de la semana porque carga con todos los augurios que los expertos han lanzado el domingo, día de homilías.

La horquilla de predicciones se mueve entre el "todo será distinto" y el "nada será igual". Desconfío de los todos y de las nadas. Se critica el "Todo irá bien" que inventaron las mujeres de Bari para los niños y tradujeron las madres y maestras españolas. Dicen que es optimista. No hay que creer el "todo irá bien" por tres razones: todo, irá y bien. Todo es demasiado. Irá, futuro, el tiempo que sólo existe en nuestras cabezas. Bien es maniqueo y parcial. No existe el bien de todos.

Pero no creo que "todo irá bien" sea optimista, sino tranquilizador, mucho más que "todo irá mal", que no hay que creerse, por las mismas tres razones. Lo que marca la diferencia es que atenúa el nerviosismo. Esto mismo se puede aplicar para "todo será distinto" y "nada será igual".

Desconfío de los pronósticos porque llevo varias crisis mundiales y personales y el mundo y yo seguimos siendo suficientemente parecidos como para reconocernos. Después del 11-S continuó la competición vertical de los rascacielos y tras la crisis de Lehmann Brothers el capitalismo especulativo prosigue su pillaje. Hay menos libertad, igualdad y estabilidad y más miedo, pero no cambiaron ni el juego ni el resultado.

Desconfío de los augures, sean voluntaristas deseosos de encajar un modelo redondo en un molde cuadrado, sean personas que quiere encontrar en esta crisis su oportunidad, lo que da más oportunistas que personas adecuadas en el momento oportuno. El confinamiento les sienta fatal a los inquietos y, con tantos motivos para la inquietud, lo que necesitamos es templanza.