Cristina García lleva más de dos décadas trabajando en Correos y casi diez repartiendo cartas en Monte Alto. Ella, como todos sus compañeros, ha tenido que adaptarse a las medidas de higiene decretadas para prevenir contagios, pero sigue recorriendo las calles y es un buen termómetro para saber en qué grado han cambiado los coruñeses durante la cuarentena. "La gente está desesperada por hablar", cuenta. "Cuando repartes ya tienes pisos fijos a los que llamas. A mí me gusta timbrarle a la gente mayor y les preguntó cómo están, responden encantados, se alegran. Es como una manera de decirles que no están solos", relata quien, a pesar del distanciamiento social, no rehúye el trato personal.

Los mayores centran sus preocupaciones y, en parte, también sus reproches. "Las calles están vacías, pero menos de lo que deberían", protesta. Su reparto es ahora en días alternos y, por las medidas de protección tomadas para salvaguardar a los trabajadores de Correos en grupos de riesgo y a mayores de 60 años, empieza a las 10.30 horas por Santo Tomás y acaba más de tres horas después en la calle Real. "Llevo mi distrito y dos o tres secciones más. Ahora entre tres carteros cubrimos un barrio. Falta personal", asegura.

"Somos invisibles". Cristina García cree que su colectivo está lejos del volumen de agradecimientos a sanitarios y a trabajadores de supermercados. Más allá del impacto mediático, reconoce que hay mucha gente "encantadora", pero también "una minoría" que le "enerva". "Yo no le tengo miedo al virus, pero esta doble moral de salimos a aplaudir al balcón, ponemos el cartelito arcoíris y estamos con vosotros, pero luego bajamos al portal porque no ha llegado mi camiseta de China... Es todo muy bonito, pero cuando es lo mío, me lo traes y me lo das en mano y mi paquete lo quiero. Les cuesta entenderlo", razona la empleada de Correos.

Hasta hace una semana ni siquiera entregaban los notificaciones en mano, han reducido el contacto al mínimo posible. "La paquetería está paralizada. Los certificados van al buzón, todo menos las notificaciones, pero casi se las lanzas. Si algo no cabe, se avisa para que lo bajen a recoger. No se firma ni el acuse de recibo ni la PDA", cuenta.

García no se considera una persona "aprensiva", aunque hay compañeros que "lo pasan mal". Con las medidas de Correos se siente protegida, a pesar de que los sindicatos denuncian cinco posibles contagios en la ciudad. "Al principio no teníamos, pero ahora disponemos de geles, guantes, mascarillas, aerosoles para el carrito y la PDA y cubo para los deshechos. No nos podemos quejar".