Nací hace más de setenta años en casa de mis abuelos Carmela y José en la aldea de Castiñeiriño, en Santiago, donde también vivían mis padres, Jesús y Josefina, así como mis hermanos Jesús, Josefina y Luis. Mi padre fue maestro en la aldea de Boa, en Noia, donde pasé mi primera infancia. Mi madre también fue maestra, aunque hasta que sus hijos nos hicimos mayores no volvió a ejercer porque tuvo que cuidar de nosotros. Mi padre tuvo muchos problemas durante la Guerra Civil, aunque pudo salvar la vida gracias a que le apreciaban mucho en el pueblo y se llevaba bien con todo el mundo, lo que le permitió salvar la vida a muchas personas que iban a fusilar.

Solía venir de pequeño a esta ciudad con mi hermano y mi padre para hacer gestiones que le pedía la gente del pueblo y recuerdo que el viaje nos parecía una aventura, sobre todo en invierno, ya que muchas veces teníamos que viajar en los bancos de madera que el autobús tenía en el techo, por lo que cuando llovía teníamos que abrir los paraguas y abrigarnos con una lona.

Mientras mi padre arreglaba papeles, mi hermano y yo recorríamos la ciudad, que nos parecía grandísima. Empezábamos por las tiendas de juguetes, en las que mirábamos los grandes escaparates llenos de ellos, como Moya, El Arca de Noé, Tobaris y Estrada. También íbamos a los comercios de topa, sobre todo a los de la calle Real, como Segarra, ya que en la aldea solo había una tienda-taberna y cuando te ponías enfermo había que esperar a veces un día para que llegara el médico, unas veces en coche y otras a caballo.

Como por supuesto no había cine, cuando veníamos a la ciudad mi padre siempre nos dejaba ir. El más barato era el Kiosko Alfonso, pero el que nos parecía más bonito era el Avenida, en cuyos soportales esperábamos a mi padre cuando acababa la película. En estos viajes solíamos comer en el restaurante Alfredín, frente a la zona de los desparecidos arcos del estadio de Riazor, donde había una explanada en la que jugaban equipos de fútbol que nosotros nos poníamos a ver.

A partir de los quince años empecé a venir todos los fines de semana a la ciudad con mis hermanos, ya que tenía amigos como Roel, Ovidio, Vidal Ponte, Juan y Antonio, algunos de los cuales más tarde estudiaron conmigo y mi hermano la carrera de Medicina en Santiago gracias al gran sacrificio que hicieron mis padres.

Fue en la época de 1968, en la que hubo grandes manifestaciones de estudiantes, a las que íbamos a pesar de que no teníamos ni idea de política, por lo que cuando se acababan nos íbamos a tomar unos vinos. Cuando los fines de semana veníamos a casa íbamos a los bailes del Finisterre, Circo de Artesanos y el Leirón del Casino, aunque en el último de ellos lo malo era que había que llevar corbata y los veranos sobraba.

También íbamos a bailes de las afueras como El Seijal, en San Pedro de Nós, y El Moderno, en Sada. Mientras hacía la carrera fui a la mili en las Milicias Universitarias y luego hice el MIR en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla en la especialidad de Cirugía y Pediatría. Allí fue donde conocí a mi mujer, Marisol, que trabajaba de enfermera. Después de unos años allí, conseguí regresar a la ciudad para trabajar en el actual Hospital Universitario, donde los dos trabajamos hasta nuestra jubilación.

En la actualidad formamos parte de una gran pandilla de amigos y vecinos, entre los que están Fabio, Chente, Bescansa, José Manuel Dapena, Ricardo, Manolita, Finita, Carmen y Moncho. Desde mi época universitaria soy aficionado a la música y ahora pertenezco a la tuna Amizades y al grupo de folk Kumbal, en el que interpretamos música de distintos países del mundo.