Quienes sobrevivieron a una crisis quizá puedan dejar atrás otra. Unos se reinventaron al verse presionados por la pérdida de clientes y la reducción del consumo, reorientaron sus negocios, diversificaron, bajaron precios, limitaron productos, arriesgaron. Muchos salieron a flote, otros quedaron en el camino. Parte de ellos se acuerdan hoy de la crisis financiera de 2008, la que provocó el colapso de la burbuja inmobiliaria, cuyos efectos se acusaron en los años siguientes a escala mundial y hasta bien entrada la década siguiente. Doce años más tarde otra crisis, la sanitaria que ha causado un virus y su propagación desde una ciudad de China hacia casi todos los rincones del planeta, amenaza, tras una dura etapa de confinamiento social e interrupción de la actividad comercial -que aún dura-, con causar unos daños iguales o más graves que los de la alarma económica de hace doce años.

Los veteranos del comercio y otros servicios de la ciudad han echado la vista atrás y recurrido a la memoria para buscar en la crisis financiera que estalló en 2008, que castigó el empleo y ahogó el consumo de las familias, algún reflejo de la crisis del coronavirus que les ayude u oriente para asumir una nueva etapa crítica para sus negocios. No solo el Covid-19, con el temor a expandirse para contagiar a las personas y obligar a que se vuelvan a aislar para protegerse, va a volver a apretar el cinturón en los hogares, también va a forzar una adaptación a nuevas costumbres y comportamientos sociales.

Nada volverá a ser como antes, se dicen propietarios de negocios de A Coruña y veteranos trabajadores de distintos sectores que ya pasaron por una crisis que, en distinta medida, trastocó su actividad y ahora, probablemente, les va a obligar a tomar decisiones inesperadas para sobrevivir.

Cunde el pesimismo, de entrada. "Los restaurantes lo vamos a pasar muy mal", pronostica el dueño de un asador que, recalca, tuvo que "hilar muy fino" hace más de una década para cambiar y adaptarse a la pérdida de clientes sin perder su esencia. "El verano lo han perdido muchos sectores, como el comercio pequeño, el turismo y parte de la hostelería", prevé un veterano comerciante de la Ciudad Vieja, que ansía "abrir ya" para no tener que sumar más días sin ingresos. "La cultura es una gran damnificada y se va a ser muy cauto al consumirla", lamenta una librera con treinta años de experiencia que se pregunta si, alarmados por la posibilidad de contagiarnos, vamos a dejar de abrir un libro en una tienda para ver su contenido.

Pero entre los malos augurios asoman vías de salida, caminos de esperanza. Un trabajador de servicios gráficos recomienda invertir en darse a conocer para captar nuevos clientes y ofrecer productos diferenciados, especiales, "únicos". Otro curtido comerciante de Monte Alto confía en que las ayudas de las administraciones no den la espalda a los pequeños negocios, aunque vaticina que el trato diario de su sector con los clientes va a cambiar, hasta el punto de que la gente "no tenga tiempo para hacer cola para entrar en una tienda". Y una placera de mercado con más de cuatro décadas de trabajo entre filetes y solomillos se inscribe en el grupo de muchos ciudadanos que admiten no saber cómo van a cambiar los hábitos de quien compra y de quien vende.

LA OPINIÓN sondea la experiencia de estos comerciantes en el comienzo de la desescalada anunciada por el Gobierno del Estado, término y fase que poco consuelo les transmite a estas alturas, pero al que se agarran para mantener su actividad. Unos ponen la vista en una jubilación a la que quieren llegar con dignidad, otros en la recuperación de clientes a medio o largo plazo, otros en la prestación de nuevos servicios, otros en el cambio de estaciones para empezar a remontar... Todos, sin dejar de mirar a un lado y a otro a los sectores más castigados por esta nueva crisis del siglo XXI, en sobrevivir.