Nací en Asturias, pero cuando tenía siete años mis padres, Manuel y Loli, decidieron trasladarse conmigo a esta ciudad, donde nos instalamos en la calle Puerta de Aires, en la Ciudad Vieja, donde vivimos hasta que cumplí los diez. Al cabo de ese tiempo nos mudamos a Vereda del Polvorín, donde vivimos otros tres años, ya que luego nos fuimos a la calle Cordelería, al lado de la Cocina Económica. Cuando me casé me fui a vivir a Orillamar y en los años setenta me trasladé a la calle del Comercio, donde sigo residiendo.

Mi padre trabajó en la Compañía de Tranvías y falleció poco después de terminar la guerra, mientras que mi madre lo hizo en el hospital Juan Canalejo. Estudié en la academia Helvetia hasta que empecé la carrera de Empresariales, que dejé en el tercer año porque me gustaba más divertirme que estudiar y cuando estaba en clase me dedicaba a ver a los jugadores del Deportivo, por lo que mi madre se llevó un gran disgusto y me puso a trabajar en la famosa tienda de Elvira, donde estuve como dependienta once años. Cuando me casé dejé de trabajar para dedicarme al cuidado de mis hijos, Alfredo y María, quienes me dieron una nieta llamada Ana.

Mis amigas de toda la vida fueron Alita, Tilucha, Geli, Pili, Victoria, Ángeles, Macu, Fina, Manoli, así como Ricardo. Como apenas había coches, jugábamos en la calle sin ningún problema a las chapas, las bolas, el brilé, el che, la cuerda y la mariola, tanto con otras chicas como con chicos. Nos gustaba mucho ir al cine, sobre todo al Kiosko Alfonso, en el que había sillas en las que había que ver la película por la parte de atrás de la pantalla, así como al Goya, ya que el portero era vecino nuestro y nos dejaba pasar gratis muchas veces.

Me gustaba mucho ir a las fiestas de la ciudad, sobre todo a la romería de Santa Margarita, en la que el monte se llenaba de gente, por lo que había que madrugar para coger sitio para comer. También bajaba con mi familia al centro de la ciudad para ver las regatas que se celebraban en el puerto y a las que solía acudir Franco, al igual que a la romería, ya que cuando terminaban era el encargado de entregar los trofeos a los ganadores.

En verano iba tanto con mis padres como con mi pandilla a las playas de Riazor y Santa Cristina. A la última muchas veces iba enganchada por fuera en el tranvía Siboney hasta As Xubias, lo que también hacía cuando estudiaba Empresariales y cogía el tranvía que llegaba hasta Peruleiro.

Uno de mis recuerdos de aquellos años es la Tómbola de la Caridad, que se instalaba en los jardines de Méndez Núñez, ya que todos los niños coleccionábamos las postalillas que venían en los boletos, de las que aún conservo muchas. Cuando era quinceañera, bajaba con mis amigas a los bailes de mocitos que se hacían en el Finisterre y en el Circo de Artesanos, donde el portero era otro vecino de nuestra calle y también nos dejaba pasar gratis. Otro lugar en el que lo pasaba muy bien eran los bailes que se organizaban en la Rosaleda de los jardines de Méndez Núñez, frente a la comisaría de la policía.

En la actualidad, disfruto de la vejez con todas mis fuerza, ya que formo parte de una comparsa de carnaval y doy clases de costura en una ONG, mientras que el resto de mi tiempo libre lo dedico a mi familia y a mis amigas.