Las golosinas y los brillantes caramelos de colores afrontan sus últimos días en los estantes de Sweet Corner. La tienda amarillo limón de la plaza María Casares no ha podido aguantar el impacto de la pandemia, y los recibos que se han ido acumulando sobre la barra han sido el último estertor para el negocio. El 1 de junio el local bajará la verja para siempre, después de un recorrido de casi media década que se cumplía este año con cierto sabor agridulce. Los tiempos no soplaban a favor desde el pasado verano, y la Covid-19, asegura el dueño, "ha terminado de dar el golpe", por "todos los gastos que ha habido incluso sin poder abrir" las puertas.

Tomar la decisión fue duro, pero el comercio asegura que ya no puede "seguir adelante". "Estoy tocado y hundido. Esto ha sido la estocada final. Todo el tema de los geles, los guantes y las mascarillas suponen más pérdidas, y más de un cliente no podría entrar, porque el local es muy pequeño", cuenta el propietario Ariel Carballido. Como muchos establecimientos, esta semana la tienda ha abierto al público, pero solo con vistas a paliar los daños. El dueño despacha ahora sus dulces dispensándolos él mismo, para evitar que el cliente introduzca la mano en los cuencos, aunque, lamenta, los viandantes "apenas paran".

Su meta actual es "liquidar todo lo que queda", o al menos lo que no se ha perdido durante este mes y medio de impasse. Alrededor de "3.000 euros" se fueron de su bolsillo durante el encierro, contando solo la mercancía que "ya ha caducado". La personalización de productos, otra de las vetas del negocio, tampoco atrae demasiado en un momento en el que las compras se reducen a lo indispensable. El arrendatario no le perdonó el alquiler de 260 euros -"se lo dejé caer, pero no dijo nada"- y, entre tanto aprieto, al final el ahogo fue inevitable.

La cantidad de deuda es uno de los motivos que desalienta a Sweet Corner a seguir intentándolo. Carballido no ha pedido un préstamo porque "era endeudarse más, y pagar por algo que no estaba funcionando". Créditos como el ICO, además, no llegan con la agilidad necesaria. "Los comerciantes que lo han solicitado nos dicen que está siendo difícil conseguirlos por las condiciones de los bancos. Quizá falta más ayuda por parte del Ayuntamiento", indica el responsable.

El dueño pone la mirada en los concellos que "pagaron los alquileres de los locales cerrados", y reclama una regulación de sus precios porque "están por las nubes, han subido mucho". Habla por experiencia porque, en cinco años, ha podido ver cómo las cifras se incrementaban y ponían -junto a una epidemia que nadie habría imaginado- un punto sin apartes al sueño que comenzó a su llegada a la ciudad. Desde Argentina, de donde se marchó para huir del corralito, Carballido aterrizó en A Coruña en busca de una ocupación que no aparecía. Fue entonces cuando decidió emprender, y al principio el negocio floreció, pero luego empezaron las horas bajas.

Tras la pandemia del coronavirus, parece que la rueda regresa al inicio para el comerciante, que se prepara para volver a bucear entre ofertas de trabajo. Dice que continuará con la personalización de productos a través de internet, por lo menos mientras no encuentra un nuevo empleo con el que reconstruir su maltratada economía. Para las gominolas, sin embargo, sabe que no habrá segunda oportunidad. Atrás quedarán esos dulces que, al final, le supieron tan amargos.