Al mirar al altar, parece que nada ha cambiado. Pero nada más lejos de la realidad. Un vistazo a los bancos de la iglesia, basta para comprobar que el coronavirus lo ha modificado casi todo. También las misas. Los pocos fieles que entran en la Orden Tercera lo hacen con mascarilla. Ya no se pueden dar la paz, por cuestiones de higiene, y una cinta negra y amarilla separa los bancos para mantener el distanciamiento social.

"Es la primera vez que vengo a misa desde que se inició el confinamiento", asegura una mujer a las puertas del templo. Dentro, todavía hay bancos vacíos. "Viene muy poca gente", aseguran desde la sacristía. Y lo achacan a varias cuestiones. Primero, al miedo al contagio. Sobre todo la gente mayor, más vulnerable ante el Covid-19. De momento, muchas prefieren seguir en casa y seguir la misa por televisión. Segundo, por la falta de información. "Hay gente que no sabe que hay misas", explican.

El teléfono de la sacristía suena y al otro lado se encuentran fieles preguntando por horarios de misas o simplemente para saber si ya se puede ir a rezar o las actividades se limitan a paseos, terrazas y compras. "Hay poca información. Entramos en la fase 1, pero mucha gente ni sabe que se puede ir a misa. Es también una de las razones por las que vemos tan poca gente", añaden desde la Orden Tercera.

Muchos entran con la mascarillas puesta. Otros esperan a estar en la puerta para sacarla del bolsillo y ponérsela. "Tenemos que desinfectarnos", le dice una amiga a otra. En la pila bautismal ya no hay agua. Ahora en su interior se encuentra un bote con gel hidroalcohólico. Una imagen diferente que sorprende todavía a muchos cuando acceden al interior de la iglesia.

Además, un cartel recuerda a los fieles las medidas que deben tomar para evitar contagios, como lavarse las manos, usar mascarillas y mantener la distancia de dos metros con otras personas.

El coronavirus ha cambiado, incluso, la eucaristía. Ya no se puede dar la paz. "Es algo con lo que la gente todavía se pierde, porque ya lo hacía de forma automática", detallan desde la sacristía de la Orden Tercera, que tampoco pudo celebrar la Semana Santa.

Es una de las celebraciones grandes de este templo, que con sus procesiones suele reunir a decenas de personas. Otra cita aplazada para el próximo año. "Fue una pena. De hecho, hasta el pasado lunes que ya podíamos dar misa, no recogimos todo lo de Semana Santa", desvelan.

Las dudas sobre lo que se puede y no se puede hacer invaden a los feligreses. "¿Vas a ir a comulgar?", preguntó una persona a otra, ya en los bancos de la iglesia. Pocos se levantaron a hacerlo en la misa de ocho. El sacerdote ya no dice "el cuerpo de Cristo" cuando tiene al fiel delante. Tampoco este contesta con "Amén". El primero entrega, de mano a mano, la comunión. Y de nuevo la mascarilla sobre la boca. "Todavía cuesta habituarse", reconocen.

Una vez fuera, conversaciones sobre cómo ha ido el confinamiento y preguntas acerca de las personas que hace tiempo que no ven. Tampoco se pasa el cepillo, pero sí hay quien sigue aportando al encender las velas dentro de la iglesia. En la puerta, más de uno se para a comprobar el horario de las misas para no perderse la siguiente. "Hay que acostumbrarse" fue la frase escogida por una fiel para despedirse de otra. Acostumbrarse a la "nueva normalidad", también en las iglesias.