Nací en Abegondo, aunque me considero toda una coruñesa, ya que cuando aún era muy pequeña mis padres, Manuel y Manuela, se vinieron a vivir aquí a la avenida de Fisterra conmigo y mis hermanos Manolita, Maricarmen, Maku, Belén, José Antonio y Juan Luis. Mi padre fue primero patrón de pesca y luego trabajó en la construcción hasta su jubilación, mientras que mi madre lo hizo en la Obra Social Dolores Sopeña, conocida como Oscus.

Mi único colegio fue el Hogar de Santa Margarita, del que tengo buenos recuerdos y en el que coincidí con mis amigas de la pandilla de mi calle, como Marita, Alicia, Rosa, Encarna y Pilar, con quienes jugaba al brilé, la mariola y la cuerda, aunque también a los juegos de los chicos como el che, las bolas y las chapas en plena calle con total tranquilidad. Cuando llovía jugábamos en los portales o nos turnábamos en las casas de las amigas, donde leíamos tebeos y novelas que eran nuestro gran entretenimiento.

En las puertas de nuestras casas hacíamos además pequeñas tiendas para cambiar o vender postalillas y cuentos con otros amigos y esperábamos con gran ilusión a que llegara el domingo para que nos dieran la paga con la que podíamos ir a los cines de barrio, como el Finisterre, Rex, España y Doré, donde lo pasábamos fenomenal viendo aquellas películas que tanta ilusión nos hacían.

Recuerdo perfectamente cuando me llevaron al teatro Colón a ver Sissí Emperatriz, que aunque permaneció mucho tiempo en la cartelera, había que hacer largas colas para comprar las entradas.

También me acuerdo cuando de quinceañera mi madre me llevó al cine Goya a ver la famosa película alemana Helga, en la que se veía un parto natural y que fue vista por numerosas jóvenes coruñesas y de la comarca durante los meses que se exhibió.

Disfrutaba mucho de las fiestas de Santa Margarita y de su romería, en la que se instalaban columpios con forma de lanchitas, barracas y titiriteros que hacían subir a una cabra por una escalera de madera hasta que llegaba al último escalón, donde le mandaban quedarse quieta. También había un charlatán que contaba historias de todo tipo y los famosos organillos que interpretaban música y eran arrastrados por burros.

Como mi padre era muy estricto y no me dejaba bajar al centro con mi pandilla, tenía que hacerlo con mis hermanas, con quienes solía ir a los bailes del Circo de Artesanos. Recuerdo que un día que fuimos a la fiesta de As Xubias y llegamos media hora tarde, mi padre nos castigó tres semanas sin salir de casa. En Semana Santa las chicas además lo pasábamos muy mal, ya que no podíamos jugar en la calle y solo salíamos para recorrer las iglesias con mi madre e ir a alguna procesión.

Me casé muy joven, ya que solo tenía dieciocho años, y el día de mi boda Franco estaba de visita en A Coruña y Ferrol, por lo que no encontramos habitaciones de hotel libre en ninguna de las dos ciudades. El director de uno de estos establecimientos nos dio la dirección de una residencia de monjas de la calle de la Merced en la que tuvimos que pasar la noche en una habitación que solo tenía unas camas gemelas, por lo que cuando nos marchamos al día siguiente, las monjas, que se portaron con mucha cortesía con nosotros, nos despidieron con una sonrisa.

Nos fuimos a vivir a la avenida de Arteixo, donde estuvimos durante veinte años, y después a la calle Juan Montes, en la zona de O Montiño, y tuvimos dos hijos, Pablo y Jaime, quienes nos dieron cuatro nietos: Andrea, Xuli, Mateo y Sara.

En la actualidad sigo reuniéndome con mis amigas de la infancia y reparto mi tiempo con mi familia, las clases de baile en el grupo de Os Gaiteiriños y el de guiñol de Afundación, además de con la comparsa Amigos da Xoldra.