Dos meses de convivencia forzosa las 24 horas del día dan para mucho en todas las familias. También para la familia del centro de protección y acogida de menores San José de Calasanz, compuesta por 38 niños y niñas de todas las edades que han sabido estar a la altura de las circunstancias en estos meses de excepcionalidad que empiezan a quedar atrás.

Dos meses en los que la imaginación y la paciencia han sido las mejores aliadas de pequeños y mayores, que esta semana empiezan a ver su recompensa con las primeras visitas de sus familiares, a los que no ven, por precaución, desde el inicio del estado de alarma. Reencuentros que constituyen el mejor síntoma de que la tan ansiada normalidad, aunque se trate de esa a la que llaman "la nueva", comienza a regresar poco a poco.

"Ayer tuvimos las primeras visitas. Fueron momentos muy emocionantes, a los niños y a los padres les veías la alegría en la cara", cuenta la directora del centro, Patricia Conde. Pese a que hubo que prescindir de los abrazos y las muestras de cariño, y no faltaron las medidas de higiene y distanciamiento a las que ya empezamos a estar acostumbrados, esas primeras visitas son el soplo de aire que marca el inicio de esa nueva etapa que va a ser la desescalada, que el Calasanz y otros centros ya ensayan a pleno pulmón.

"Tenemos que ir un paso por detrás del resto porque requiere mucha organización. Al tener patio, huerta, polideportivo y jardín, decidimos esperar para salir con los más peques. Los mayores de 14 tomaron la decisión de esperar también, empezaremos la semana que viene", explica Conde. Planifican, mientras tanto, la manera en la que se desarrollarán las salidas a los domicilios, los reencuentros con amigos y, en general, la vuelta a la vida en el exterior, un proceso en el que será fundamental extremar las precauciones.

Queda por delante una reorganización total del día a día del centro, parecida a la que hubo que poner en práctica, a toda prisa, el pasado 15 de marzo, cuando los casi 40 niños y los más de 20 integrantes del personal del Calasanz tuvieron que dar un giro a sus rutinas y prepararse para lo que venía. "Ha sido una experiencia nueva y complicada, nos ha puesto a prueba a todos, pero tanto los niños como el personal lo han hecho de 10", apunta Conde.

Parecía una locura, al principio, pensar en llenar las horas de un encierro de 15 días. Si de buenas a primeras hubieran sabido que finalmente serían más de 50, probablemente habrían dado la misión por imposible. "Tuvimos que hacer grupos más pequeños, dejar una zona del centro para posibles aislamientos en caso de síntomas, distribuir las instalaciones para no mezclar grupos y poder disfrutar del ocio?", enumera Conde.

En la jornada diaria se mezclaban actividades de lo más diverso, desde talleres de baile o cocina, yincanas de Pascua en el huerto y muchas, muchísimas manualidades. "Los niños proponían muchas cosas, tienen una capacidad de adaptación muy fuerte", revela la directora. No faltó nunca tampoco el aplauso puntual de las 20.00 horas, un homenaje en el que los niños se implicaron especialmente con sus vecinos del Materno, a quienes dedicaron pancartas, canciones y gritos de ánimo.

Sin embargo, el reto mayúsculo que han tenido que enfrentar en estos dos largos meses ha sido, sin duda, el de seguir la docencia telemática con cada uno de los 38 niños que integran el centro y cada una de sus diversas circunstancias.

Conciliación

Si en unidades familiares mucho menos numerosas, la conciliación y la docencia telemática causaron, en muchas ocasiones, algún que otro apuro, qué no iba a ocurrir en Calasanz, un universo constituido por las más diversas realidades y niveles educativos. Una coyuntura que precisó de la flexibilidad de los profesores de los colegios e institutos y de mucho encaje de bolillos por parte de los educadores y demás personal del centro, que tuvo que redoblar esfuerzos para que los niños y niñas no se quedasen atrás en sus estudios.

De nuevo, redistribución de horarios, recursos, apoyo y tutorías, pero, otra vez, misión conseguida. "Tuvimos que pedir dispositivos, no teníamos casi ordenadores, nos instalaron wifi? ahora se entregaron 20 tablets, ayudó un montón porque pudieron empezar con videoconferencias", relata Patricia Conde.

Así, dos meses más tarde, y tras haber explorado las posibilidades de todo tipo de plataformas, correo electrónico, páginas web y los diversos procedimientos con los que se manejan los distintos centros educativos, la plantilla del Calasanz está lista para todo. "Llamamos a todos, colegio por colegio, para plantearles las necesidades que teníamos. Nos facilitaron bastante las cosas, unos nos decían que podíamos usar los materiales que tuviésemos aquí, o poner las tareas que considerásemos", relata la directora.

La situación de los mayores del centro es otro cantar. Con muchos rozando la mayoría de edad y, con ello, la proximidad inminente de su salida del Sistema de Protección de Menores, la crisis posCovid acrecienta la preocupación por su porvenir. Muchos de ellos, que vieron sus prácticas de Formación Profesional canceladas en el momento en el que dio comienzo el estado de alarma, tendrán que probarse en el mundo laboral en un momento en el que, si no hay certezas para nadie, menos para ellos.

"Nos preocupa, porque esas prácticas suponen un contacto con las empresas que ahora pierden, porque de ahí podía surgir un contrato de trabajo", señala Patricia Conde. El no poder optar a ese puente entre sus estudios y el mercado laboral podrá minar sus oportunidades futuras, y, aunque la mayoría obtendrá su título en junio al haber entregado el proyecto que sustituye a la formación en empresas, el no haber podido acceder a ella supone un escollo más en el camino.

Con todo, no tendrán que caminar solos en los tiempos inciertos que quedan por delante. "A los que lleguen a la mayoría se les concederá la prórroga sin problema, o se alargarán las que ya tengan. Se merecen salir con posibilidades, se han esforzado, no queremos que estos meses les perjudiquen", añade Conde.