Los días de partido, la terraza del Rompeolas se redecoraba en blanco y azul. La procesión de camisetas y bufandas que enfilaba religiosamente hacia el estadio solía siempre acabar en sus mesas, bien para compartir una caña tras el juego, o bien para seguir a través de la pantalla lo que ocurría en Riazor. Los aficionados se reunían a veces hasta dos horas antes en el bar, y se quedaban otras tantas después para comentar el sabor de la victoria o la derrota de su equipo. Aquellas tardes, recuerda su propietario Francisco Fraga, podían llegar a pasar hasta 1.500 personas por el mostrador, que desaparecieron con la llegada de la epidemia y la cancelación del juego.

El proceso de desescalada incluye la reactivación del fútbol, que volverá a sacar al campo al Deportivo contra el Sporting de Gijón el próximo día 14 en la ciudad. La fecha cae en domingo -"un día raro", dicen los hosteleros- pero los locales lo aguardan. Para los bares que crecen a la sombra del estadio, el deporte era "un plus que te hacía llevar el mes más tranquilo y holgado". Este verano, con el miedo al contagio y la falta de turismo y fiestas como el San Juan, muchos ponen sus esperanzas en la pelota, que aguardan que se convierta en un reclamo para la clientela.

Desde su local en Manuel Murguía, Fraga lo recibe con los brazos abiertos. "El fútbol siempre te da algo más. Ojalá que venga la gente, aunque creo que este año no se animará", dice el dueño. También en el Creedence Rock Bar dudan de volver a ver pronto las grandes masas de consumidores que se arremolinaban frente a las dos ventanillas por las que despachan. Su propietario Víctor Rama recuerda con nostalgia cómo "todo alrededor se llenaba de gente", hasta el punto de que "había días con tantas personas que no se veía el bar".

El gerente asegura que no vive del fútbol, pero que un partido "ayuda a sobrevivir y a no pedir créditos". Lo mismo indica Blanco y Azul, cuyo letrero a juego con los colores del Deportivo ya deja entrever que tiene "una clientela bastante futbolera". Su encargada Andrea Batista afirma que el juego "se nota" y que, ahora más que nunca, "es un plus necesario". "Esta desescalada andamos apretados, y ahora sin el público del estadio más todavía", secunda Orlando Guerrero, del restaurante Nomar.

El local no cuenta con televisión para seguir los partidos, pero su comedor solía beneficiarse del hambre de los que acudían a verlos a Riazor. El dueño aguarda que los coruñeses "se animen con el fútbol y la situación vuelva a ser como antes" porque "si no", apunta, lo ve "todo negro". El establecimiento posee una terraza escasa, y en ella "no se ve ambiente por miedo 'al bicho". Aunque los locales, como el Bar Torino, saben que ni la mejor afición podría recuperar los niveles previos a la pandemia. Su encargado Andrea Ramondtti asegura que para él el panorama "será igual con o sin partido", dadas las limitaciones de aforo a las que aún se ven sometidos los espacios.

Antes de la pandemia, el italiano retiró el televisor de su establecimiento, ya que "la gente prefería ir al estadio" por la cercanía. Pero el desplazamiento siempre le sumaba en caja cerca de medio centenar de clientes, alcanzando las 200 personas. La cifra entusiasma a algunos, aunque a otros les provoca reticencia. Fraga, del Rompeolas, augura que se producirán aglomeraciones junto al pabellón, porque los aficionados "querrán acompañar a los jugadores al campo".

"En otros países como Alemania ya tuvieron problemas. Aquí seguro que la Policía también tendrá trabajo", indica el dueño. El bar se declara "preocupado" ante la posibilidad de que los ciudadanos se agolpen en las proximidades de un Riazor que les cerrará las puertas, aumentando el riesgo de contagio. Como previsión estudia emprender sus propias medidas, y su personal ya se conciencia para "estar más atentos" cuando la pelota salte al césped.

Víctor Rama, del Creedence Rock Bar, prevé que la gente todavía sentirá "respeto" por el virus, aunque pide más presencia policial en la zona para impedir cualquier melé. La reactivación del fútbol puede ser, según los hosteleros, "un arma de doble filo", y reclaman que no se convierta en obstáculo para lo que realmente hay que cortar: la epidemia.