"Yo estoy de este lado, pero podría estar del otro. Esta pandemia nos ha enseñado eso y yo estoy de este lado ayudando como seguro que muchos de los que están en el otro, estarían aquí si la situación fuese a la inversa", dice el cocinero asturiano José Andrés, con la boca y la nariz tapadas con una pañoleta verde, mientras reparte los menús del comedor de la Cocina Económica. "Musulmán", le dice uno de los usuarios, a través del metacrilato, y una de las trabajadoras de la institución le pasa al chef una bolsa blanca y con un salaam alaikum, se despiden. Quizá nunca más vuelvan a verse, pero este momento les ha unido para siempre.

Una persona que busca ayuda y otra que se la da. "Tendría que haber muchas más instituciones como esta", dice el cocinero, al frente de la ONG World Central Kitchen, que trabaja en lugares de gran emergencia, desde terremotos a brotes de malaria, pasando por esta pandemia del coronavirus, en la que la una de las mayores dificultades para que nadie se quedase sin su plato de comida era el desconocimiento de la enfermedad.

"Al principio, no sabíamos bien cómo nos teníamos que proteger, así que, tuvimos que ser muy creativos, extremar las precauciones y buscar soluciones, hacer más con menos", relata el chef que, ayer, pudo reencontrarse en persona, y ya no solo a través del teléfono, con los compañeros que prestaron su sabiduría y sus cocinas para poner en marcha la iniciativa Chefs for Spain, en A Coruña.

Hasta 70 voluntarios estuvieron trabajando en esta iniciativa, en las cocinas del hotel Finisterre, realizando 1.100 menús diarios para familias vulnerables y repartiéndolos. Para Rubén García, del Peculiar y del Intenso, era la primera vez que participaba en una actividad solidaria tan grande. Nunca antes había vivido una pandemia. Con la apertura del sector de la restauración, aunque con restricciones, los fogones del Finisterre se apagaron el 31 de mayo, pero la necesidad sigue y la ayuda también, a través de instituciones como La Cocina Económica, que sigue repartiendo menús para 400 familias en los barrios cada dos días y entre 250 y 290 bolsas cada jornada en su sede.

Cuenta García que antes de empezar programaron los menús semanales para poder hacer las compras con tiempo y organizarse bien en la cocina, pero, a veces, llegaban donaciones de empresas o de otras entidades y tenían que dar salida al producto recibido, así que, como en tantas otras ocasiones, tuvieron que tirar "de creatividad" y de imaginación para improvisar un menú equilibrado para las familias, a pesar de las circunstancias. "Hicimos macarrones con salsa boloñesa, potaje de garbanzos con espinacas, lentejas, estofado de ternera... Hubo bastante variedad", recuerda, en nombre de sus compañeros, con una sonrisa tras la mascarilla.

En el momento en el que se pone los guantes, las estrellas Michelin -José Andrés tiene dos, por su restaurante Somni, de California- pasan a un plano totalmente diferente. "Yo me comí los macarrones que vamos a dar hoy [por ayer] y es un plato que se podría servir en cualquier restaurante.

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El chef José Andrés en la Cocina Económica de A Coruña

Ellas [por las cocineras de La Cocina Económica] sí que se merecen una estrella, por el amor que ponen en lo que hacen", explicaba ayer el chef, que se sorprendía de la magnitud de las ollas en las que cocinan cada día para cientos de familias que lo necesitan en la ciudad. Ayer, a las doce, todavía quedaba en el culo de las ollas el agua de cocer los macarrones y un poco de salsa.

Cuenta José Andrés que, a diferencia de otras actuaciones, el coronavirus les ha obligado a buscar soluciones en muy poco tiempo y siempre adaptándose a lo que podían conseguir. Hubo una ciudad en Estados Unidos que le prestó un estadio entero para que no se tuviesen que preocupar por el espacio, cuando esto no era posible, llamaban a los restaurantes para que, cada uno, cocinase una parte de los menús y, de este modo, poder atender a todas las personas les pedían ayuda.

En A Coruña, la sede central fue el Finisterre, pero también los fogones de La Cocina Económica, que tuvo que reconvertir su comedor en un centro logístico de reparto de bolsas de alimentos, en las que van la comida caliente, el bocadillo para la tarde y la cena.

En ciudades más grandes buscaron alianzas con Bomberos, con Correos y con empresas de mensajería para que la comida llegase a los hogares de las personas que no podían moverse de casa.

"Lo bonito de esta institución es que el edificio es precioso, tiene un comedor y da a la gente el respeto que se merece. Me he quedado muy impresionado", confiesa José Andrés, mientras reparte las bolsas y bromea con los usuarios: "Es que no entiendo las señas gallegas", le dice a uno, porque pensaba que iba a recoger el menú para cuatro personas, pero que solo quería el suyo.

"He estado en quince estados de EEUU, soy un servicio de emergencia y alguien se tiene que mover porque la gente tiene que comer. Si me critican por moverme, que me critiquen, pero cuando hay un huracán allá vamos. Empezamos en esto a finales de enero, en Yokohama, en Japón, hemos estado en cientos de ciudades. Como tenemos mucha experiencia con el cólera en Haití y Mozambique, creamos un protocolo de seguridad y lo fuimos mejorando con lo que íbamos aprendiendo. Es muy importante en estos casos estar concienciado de que tienes una labor social y que no vayas, por ejemplo, a una fiesta. Sobre todo, al principio, que la gente no se lo tomaba tan en serio", comenta, con el orgullo doble de no haber dejado sin comer a personas que lo necesitaban y de que en el equipo no hubo infectados.

José Andrés estuvo acompañado durante la visita por la alcaldesa, Inés Rey, y por la concejala de Benestar Social, Yoya Neira, que agradecieron la colaboración de los 70 voluntarios que se sumaron a Chefs for Spain en la ciudad con la elaboración de un total de 41.230 menús durante la cuarentena.